El siguiente artículo forma parte de un libro que proximamente publicaremos con el título: Cine latino de humor negro.
EL INFIERNO
Hace algunos años, al escribir en el magazine digital bimensual Otro Lunes (Madrid), sobre los filmes La ley de Herodes (1999) y Un mundo maravilloso (2006), advertíamos la tendencia de Luis Estrada (1962) a convertir sus filmes en una crítica inflexible de la sociedad mexicana contemporánea[1].
En particular, llamaba la atención de Estrada la forma en la que el país arribaba al nuevo milenio envuelto en un horizonte de brumas (partido único de gobierno, pobreza, corrupción, violencia gansteril y policial) tan espeso como la nube de smog que flota sobre México D.F, la capital.
Con la aparición de El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014), lo que asomaba como tendencia una década antes se acaba de confirmar plenamente. A partir de ahora se debe hablar de Estrada como un director de cine que, con la lente, a la usanza decimonónica de Balzac con la pluma, deviene un cronista de la desesperanza que traslada a la pantalla –en tono de humor negro– la decadencia institucional y social de México.
En 2010, por segunda vez, el estreno de un filme de Estrada (El infierno) coincide con una fecha patria: 2010 se ubica en el marco de los festejos del bicentenario de la Revolución como el año 1999, fecha de estreno de La ley de Herodes, coincidió con el arribo del nuevo milenio y la llegada al poder del Partido Acción Nacional (PAN) tras setenta años de gobierno unipartidista del Partido Revolucionario Institucional (PRI)[2].
Siguiendo con las semejanzas, las locaciones de El infierno (2010) y La ley de Herodes (1999) se ubican en zonas periféricas del país. En particular “el norte”, con su extensa frontera de cara a los Estados Unidos por más de tres mil kilómetros, será el sitio ideal para “plantar la carpa” de El infierno[3]. Con ciento cuarenta y cinco minutos de duración (running time), el filme excede en tiempo la cinematografía anterior de Estrada.
La historia central es la de “El Benny” (actor Damián Alcázar), que regresa como deportado al país natal tras veinte años en Estados Unidos. La trama se complica con otras subtramas que, por momentos, obligan al director a “tirar de la cuerda” porque se le va de las manos y puede terminar en un “puzzle” cinematográfico en el que deberemos suplir con la imaginación el final de nudos dramáticos abiertos no siempre vueltos atar de forma adecuada. Por ejemplo, el personaje de Eufemio Mata (“El Cochiloco”) interpretado magistralmente por el actor Joaquín Cosío, cuya muerte es presumible dentro del filme pero nunca los espectadores llegan a ser testigos visuales ni auditivos de cómo sucedió.
La situación del Benny es paradójica: en Estados Unidos fue un “ilegal” que pasó veinte años escondiéndose de la Migra, regresa a México como deportado y deviene de nuevo un “illegal”. No porque le nieguen papeles de ciudadanía sino porque al no encontrar empleo se convierte en gatillero al servicio de los cárteles clandestinos de la droga.
La trama que sigue es muy extensa y complicada y el hilo conductor que une las historias es el de la muerte violenta de todos los protagonistas. Aquí, de nuevo, estamos en presencia del peculiar empleo del tiempo que Estrada impone a la dramaturgia de muchos de sus filmes: el principio y el final como la mítica cola de la serpiente Ouroboros se cierran sobre sí mismos en una singular autofagia homicida.
A grandes rasgos, los círculos infernales por los que atraviesa el Benny en México son:
- Recibe informes de su padrino que su hermano Pedro (“El Diablo”) fue asesinado y luego sabrá que el asesino es su actual patrón, Don José de los Reyes (actor Ernesto Gómez Cruz). La causa fue por adulterio entre “El Diablo” y Doña Mary Reyes (actriz María Rojo), la esposa del capo mafioso. Benny se hace cargo del sobrino huérfano Benjamín (“El Diablito”), actor Krystian Ferrer y se convierte en amante de Guadalupe (actriz Elizabeth Cervantes) su cuñada.
- Entra en el “mundo de la droga” por Eufemio (“El Cochiloco”), actor Joaquín Cosío, un viejo amigo que lo unirá a su banda: “El Huasteco” (actor Jorge Zárate), “La Muñeca” (actor Alfonso Figueroa), “La Cucaracha”, actor (Silverio Palacios), “El sargento” (actor Dagoberto Gama) y “El J.R.”, actor (Mauricio Isaac). Todos ellos al servicio de Don José de los Reyes, el capo del cártel “Los Reyes” quien a su vez está en guerra con su hermano Don Francisco de los Reyes, jefe de “Los Panchos”, el cártel rival.
- La guerra mafiosa entre “Los Reyes” y “Los Panchos” se intensifica y se ven obligados a contratar exsoldados de unidades élites del Ejército. Uno tras otro caen los gatilleros aniquilados por sospechas o delaciones entre las dos bandas rivales o dentro de la misma banda. Entre las muertes más aparatosas se cuentan la de la familia de “El Cochiloco” ordenada por Don José porque lo cree culpable de la muerte de su hijo “El J.R.”, la de Don Francisco y sus hijos (“Los Panchos”), también ordenada por Don José y la matanza final de Don José y el cártel ametrallados por el Benny cuando juraba el cargo de presidente municipal.
- En el plano familiar Benny se verá afectado por los asesinatos de su hermano “El Diablo”, de su amigo “El Cochiloco” y de Guadalupe, su amante. También hay una “vendetta” entre Benny y su sobrino “El Diablito”, el autor de la delación que causó la muerte de “El J.R.”, el hijo de Don José que había asesinado a su padre. Benny promete ante las tumbas de su hermano y su amante que cuidará de “El Diablito”, aparece un joven que le revela que es el nieto de Don José y lo mata a tiros. En la escena final “El Diablito” está delante de tres tumbas: la de su padre, la de su madre y la de su tío. Se aleja en una camioneta, llega al almacén de drogas y mata al asesino de su tío, el nieto de Don José de los Reyes.
No las he contado, pero la cifra de muertos sobrepasa la veintena. Si el filme dura unos ciento cuarenta minutos la aritmética indica que hay un crímen cada siete minutos. Lo cual sin ser record Güiness es una buena marca. El tono del filme es de “humor negro”, no podría ser de otra forma, si fuera realista la situación sería insoportable de ver para los espectadores. Vale la pena aclarar, no se trata de muertes comunes sino de asesinatos de alta calidad técnica: a tiros con pistolas, ametrallamiento con fusiles de asalto AK-47 (“cuerno de chivo” en el argot mafioso mexicano), capuchas de asfixia, cuerpos trucidados con machetes, decapitamientos en vivo y postmordem[4].
Como línea general que da unidad al argumento está la complicidad entre los factores del poder: militares, policías, mafiosos, jueces, políticos, todos están coludidos, se temen entre sí y gozan de la bendición espiritual de la iglesia católica. En El infierno no existe la división de poderes (legislativo-judicial-ejecutivo) solo hay poder único: el de la corrupción. El ejemplo más notable de la cadena de corrupción es cuando el Benny acude a la policía federal norteamericana de la frontera en busca de protección a cambio de dar testionio contra Don José y se da cuenta que también están coludidos con el cؘártel de “Los Reyes”.
Aparte del contenido crítico que ya hemos analizado anteriormente, en El infierno el director Luis Estrada conjuga con gran maestría los elementos formales que determinan la “puesta en escena”.
La fotografía: Damián García combina los exteriores coloridos de los paisajes de zonas semidesérticas con las locaciones interiores de lujo de las mansiones de los capos de la droga en contraste con los pobres interiores de las rancherías en las que son reclutados los gatilleros. También hay chalets de estilo clase media baja norteamericana –como el que habita la familia de El Cochiloco– de los que se hacen propietarios los gatilleros una vez que empiezan a matar para el cártel sin olvidar el encierro y la oscuridad de las cantinas y las vallas de lidia de gallos que devienen el eje central de las transacciones de drogas y las masacres producto de las rivalidades de los grupos mafiosos.
La música: Michael Brook en una acertada selección de temas basado en rancheras y música norteña que aluden a los narcos y al contrabando y que resultan apropiados para el contexto de la frontera mexico–norteamericana del filme.
Los actores: Damián Alcázar como estrella –en quince años y cuatro filmes dedicados a la realidad contemporánea de México– encabeza el repertorio con la singularidad de que el personaje secundario de Joaquín Cosío (“El Cochiloco”), le imprime a su rol de gatillero del cartel de Los Reyes tal grado de veracidad y humanismo que, en los minutos en los que aparece con su vestimenta tejana de pantalones vaqueros, botas, cinturón de cuero y sombrero Stenson, llega a opacar a Damián Alcázar.
Es el personaje de “El Cochiloco” el que da la pauta del superobjetivo del filme en una frase que resume El infierno: “El infierno es aquí merito ¿Ya no se acuerda cuándo éramos chamacos el hambre que teníamos, la miseria en la que vivíamos? Como ahora mismo que cabrones como nosotros andan matando así porque así nada más porque no tienen una manera decente de vivir. Me cae que esta vida y no chingaderas es el verdadero infierno”.
LA DICTADURA PERFECTA
Es la última entrega cinematográfica realizada por Luis Estrada en 2014. El silogismo del título podría indicar que existen dictaduras (im)perfectas, pero no creo el director quiera llamar la atención oblicuamente hacia esa posibilidad sino plantar la crítica en México al inicio del sexenio político –el tercero del siglo XXI– bajo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) tras dos sexenios del Partido Acción Nacional (PAN)[5].
Con una duración temporal (running time) de ciento cuarenta y tres minutos, el filme es ligeramente inferior a El infierno en cuya realización también aunaron voluntades el director Luis Estrada y el guionista Jaime Sampietro.
El infierno es al presente lo que La ley de Herodes al pasado”: corrupción y apetencia de poder en las zonas más atrasadas y periféricas de México. También podríamos homologar La dictadura perfecta con Un mundo maravilloso. En ambos se concibe la vida en una gran ciudad en términos de Voltaire (“vivimos en el mejor de los mundos posibles”), en éste caso, México D.F., la capital más poblada del mundo cercada de anillos de villas-miserias y cubierto el cielo por smog.
El filme comienza muy “alto” con una entrevista entre el presidente mexicano (actor Sergio Meyer) y el embajador norteamericano Ford (actor Roger Cudney)[6]. La secuencia en el despacho presidencial transcurre en un clima de intimidad –al menos por parte del locuaz presidente, no así el embajador que guarda silencio y trata de medir el alcance de las palabras fuera de la retórica protocolar. El presidente, tras quejarse de la baja calidad de vida de los mexicanos que los fuerza emigrar, le confiesa al embajador: “Si Estados Unidos abren las fronteras, los mexicanos trabajaran del otro lado haciendo lo que ya ni los negros hacen”.
Esta conversación está siendo transmitida al país por el monopolio televisivo TV MX a través de su noticiero estelar 24 horas en 30 minutos que conduce el periodista Javier Pérez Harris (actor Saúl Lisazo).[7] Inmediatamente, ordena cortar la transmisión por fallas técnicas. No pasa tiempo sin que desde la residencia presidencial (Los Pinos) le hagan llegar al director de TV MX José Hartmann (actor Tony Dalton) un video que involucra al gobernador estatal Carmelo Vargas (actor Damián Alcázar) en un caso de corrupción y narcotráfico.
Una mano lava a la otra. El envío del narco video tiene de objetivo que se transmita para desviar la atención en las redes sociales de la frase del presidente en su plática con el embajador. TV MX se valdrá de su gran poder mediático para “limpiar” la imagen del presidente manchada por la frase racista sobre el trabajo de los mexicanos en Estados Unidos y el que desarrollaron en el pasado los negros esclavos[8].
El director de TV MX encargará a dos súper estrellas de la empresa, el productor Carlos Rojo (actor Alfonso Herrera) y el periodista Ricardo Díaz (actor Osvaldo Benavides) el “lavado de la imagen presidencial” a través del “lavado de imagen del narco–dinero del gobernador”. El filme, a partir de ese instante, se revela crítico: (1) de la corrupción política y (2) de la manipulación de la verdad por los medios de comunicación.
No es nada casual que La dictadura perfecta lleve por subtítulo “La verdad sospechosa”[9]. El binomio del productor y el periodista deberán trasladarse al interior del país y bien pronto descubrirán –como le ocurrió a Benny en El infierno– que políticos, policías y narcotraficantes son una misma cosa. Dentro del esquema de corrupción generalizada, el “cuarto poder” (la prensa), en las figuras del productor Rojo y el periodista Díaz se ven forzadas adaptarse o perecer[10]. Optan por la segunda posibilidad con una gran frialdad y llevarán a cabo metódicamente el plan trazado por la gerencia de TV MX.
Si antes borraron en una operación mediática las declaraciones del presidente al embajador norteamericano ahora deberán borrar de la memoria de los telespectadores la imagen del gobernador Vargas recibiendo del capo mafioso “El mazacote” una maleta llena de dinero. Ergo, podemos suponer, el “nuevo lavado de imagen” no es gratuito y el dinero de la maleta irá a parar a la gerencia de TV MX como pago por el servicio mediático prestado.
Una vez en provincia el team de periodistas idea pasar a primer plano en las pantallas un hecho que sensibilice a la teleaudiencia nacional y eche al olvido la imagen del gobernador Vargas (“el gober de oro”) traficando droga y recibiendo millones a cambio de proteger a delincuentes. Este hecho sensiblero y romanticón será el secuestro de un par de niñas gemelas hijas de un matrimonio de clase media por el que se pide un millón de dólares como rescate. A partir del momento en que se da la noticia, el gobernador Vargas sale de su despacho, a pie, en carro o helicóptero dirige la operación de búsqueda y recorre las zonas en las que pueden mantenerlas ocultas con casco y pistola al cinto.
Algo obstaculiza la manipulación de las imágenes que 24 horas en 30 minutos TV MX difunde como si fueran capítulos de telenovela que goza de elevado raiting de los telespectadores: el diputado del Partido de la Revolución Democrática (PRD) Agustín Morales (actor Joaquín Cosío), se empeña en acusar al gobernador Vargas de estar coludido con el narcotráfico. La denuncia en el parlamento y la televisión a la postre le cuesta la vida[11].
Una vez establecidas las coordenadas de la trama hagamos el balance del filme que, en cierta forma, equivale a decir: “hablemos de nuevo de la muerte”.
En lo que se refiere a las actuaciones, con la excepción del diputado del PRD Agustín Morales, todos los periodistas, políticos, policías y delincuentes son realmente malos. Son mucho más “los malos” que los buenos”. Quiero decir: todos son buenos actores en sus respectivos roles de malvados.
En el empleo de la música a diferencia de El infierno que utiliza “rancheras” y canciones “norteñas” alegóricas a la vida en la frontera mexico-norteamericana, La dictadura perfecta se vale de la música clásica para “puntear” los nudos dramáticos del filme. Un buen ejemplo –por lo risueño e irónico de la situación– es cuando las dos pequeñas gemelas, recién liberadas del cautiverio tras la intervención del gobernador Vargas, son presentadas en 24 horas en 30 minutos de TV MX. Frente a las cámaras, entonan “a capella” “El himno a la alegría” de Beethoven.
Mención especial merece la fotografía, a cargo esta vez de Javier Aguirresarobede. La claridad y la nitidez de las imágenes grabadas posiblemente con técnicas de “high definition” son realmente impecables.
Y en lo que al guión se refiere en El infierno y La dictadura perfecta abundan los muertos: más de veinte en el primero, alrededor de una docena en el segundo. Casi todos los asesinatos son de macabra ejecución y no toman por sorpresa a los espectadores. El infierno es filme de lucha entre capos de la droga y “gatilleros” de carteles rivales. Ergo, los tiros y las ejecuciones abundan y las armas empleadas son pistolas, ametralladoras, cuchillos o machetes ¿Ocurre así en “La dictadura perfecta? Pienso que no. Y me explico: El infierno muestra a personajes clandestinos, sin ley y sin nombre en ambientes sórdidos. Visten “a la tejana”, con botas, pantalones y camisas de mezclilla mientras que La dictadura perfecta muestra la élite empresarial de la capital (consorcio TV MX con acceso a presidentes y embajadores) y la corte política del gobernador de la provincia (jueces y policías), coludida en la corrupción institucional, vistiendo trajes y camisas de seda.
Es decir, de los primeros (mafia de narcos) esperamos la muerte en bruto por docenas mientras que de los segundos (mafia empresarial y política) esperamos “negocios chuecos” y malversaciones, pero, si cometen crímenes, que sean pocos y con algún grado de refinamiento como el uso del veneno. Caso contrario, en La dictadura perfecta el gobernador Vargas asesina con su pistola en su despacho delante del periodista Rojo al asistente que le ha entregado documentos a su rival politico, el diputado perredista Morales. Y éste a su vez es empujado al suicidio por los periodistas que lo traicionan entregando sus pruebas documentales de corrupción al propio gobernador, hasta que, finalmente, es asesinado en aparente suicidio.
Reiteramos, no en balde “La historia oficial” lleva por subtítulo “La verdad sospechosa”, obra de teatro del dramaturgo novohispano Juan Ruíz de Alarcón, escrita hacia 1620 en el apogeo del mundo colonial hispano y de las intrigas de la corte en las que era ducho el autor. El tema central es el de las mentiras reiteradas con ánimo de obtener provecho personal –en el caso de Don García, el amor de una mujer de la corte.
Nada nuevo bajo el sol. A principios del siglo XVII al igual que ahora a principios del siglo XXI las lealtades y las deslealtades son materias sujetas a cambio en función de los intereses de las partes involucradas. La circulación de noticias en una época en la cual no existía la prensa, era sustituida por los secretos, los rumores y los corrillos de la corte que hacían y deshacían reputaciones según las voluntades de los virreyes. Ahora son los modernos medios de comunicación los que establecen las reglas del juego y las alianzas pertinentes entre los empresarios, los politicos y los delincuentes con el objetivo de fabricar las realidades que convengan a sus intereses.
NOTAS
[1] El contraste de locaciones, tramas y personajes es evidente en ambos filmes. La ley de Herodes ocurre en una rural y mítica aldea indígena (Saguaros) en la que ninguno de los alcaldes de el PRI termina su mandato pues son asesinados por coléricas masas de indígenas sublevados. Alcaldes van y vienen, pero la pobreza, la corrupción política y la violencia se mantienen como el lema de el filme: “La ley de Herodes, te chingas o te jodes”. En el otro extremo se ubica la trama urbana de “Un mundo maravilloso”: México D.F., diez millones o más de habitantes. Por sus avenidas se pasea un grupo de mendigos y/o pícaros en busca de un objetivo: el rasca cielos del edificio del Banco Mundial sobre las avenidas Insurgentes o Reforma para, desde el parapeto, lanzarse tras dar el aviso de un suicidio colectivo causado por la pobreza extrema que padecen como el resto de el 50% de la población en el nuevo milenio de las políticas neoliberales del PRI y el PAN.
[2] Vicente Fox (1942), ranchero y hombre de negocios de el estado de Guanajuato, se convirtió en 2000 en el presidente cincuenta y cinco de la república mexicana (2000-2006). Su elección tuvo alto significado político. Fox fue el primer presidente electo desde 1910 (Francisco I. Madero) que militaba en las filas de la oposición política. Y también el primer presidente electo por el Partido Acción Nacional (PAN) que derrotó al Partido Revolucionario Institucional (PRI) tras setenta años de gobierno. Como presidente Fox se caracterizó por aplicar las políticas neoliberales.
Felipe Calderón (1962), fue el segundo presidente de México que, como Fox, resultó electo por el PAN (2006–2012). Calderón ganó la elección por estrecho margen de menos de 1% a su rival, el candidato de el Partido Revolución Democrática (PRD), Andrés Manuel López Obrador. Calderón se caracterizó por intensificar “la guerra contra el narcotráfico” que al final de su gobierno contabilizaba unas sesenta mil víctimas.
[3] Como el Saguaro de La ley de Herodes la locación ficticia de El infierno (San Miguel Arcángel, vaya contradicción semántica y conceptual) es un pueblito aislado, asediado por la miseria y la sequía, la corrupción y la violencia. La locación cambió durante el rodaje de un mes (noviembre-diciembre 2009) de San Luis Potosí a Matehuala y a Coahuila. Otra coincidencia: Damián Alcázar en el rol principal. Alcázar, qué duda cabe, es el actor-fetiche de Luis Estrada en una saga de filmes con quince años de circulación en las patallas: La ley de Herodes (1999), Un mundo maravilloso (2006), El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014).
La tetralogía ha tenido buena acogida por el público culto y politizado de México –todo lo contrario de los censores que se han “cebado” en cortes y prohibiciones con sus películas. El infierno ha sido el más exitoso en la taquilla. Récord de 2, 068, 095 espectadores y 82, 984, 326 pesos recaudados tras 12 semanas de su estreno en septiembre 2010. También recibió una docena de nominaciones para los premios Ariel de la Academia de Cine Mexicano 2011, de los cuales obtuvo ocho como película ganadora.
[4] El infierno se desarrolla en el remoto y desolado poblado de San Miguel Arcángel, pero la abundancia de crímenes y truculencia en su ejecución –realizados con un modesto presupuesto de producción por Bandidos Films– no tiene nada que envidiar a las producciones de decenas de millones de dólares de filmes norteamericanos pioneros en el tema de la mafia: The Godfather, de Francis Ford Coppola (1972) y Goodfellas (1990), de Martin Scorsese.
[5] El autor de la frase fue el escritor peruano Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura. Vargas Llosa la empleó a principios de 1990’s para tipificar la conducta en el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI): “Yo no creo que se pueda exonerar a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas (…) México es la dictadura perfecta. La dictadura perfecta no es el comunismo. No es la URSS. No es Fidel Castro. La dictadura perfecta es México (…) Tiene la permanencia, no de un hombre, pero sí de un Partido que es inamovible”.
[6] El presidente en funciones en el momento de la realización del filme era Enrique Peña Nieto (1966) del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que en 2012 se convirtió en el presidente número cincuenta y siete. Su sexenio de gobierno se caracterizó por promesas incumplidas o cumplidas a medias como el Pacto por México entre los partidos PRI-PAN-PRD y las reformas de telecomunicaciones, educativa, enérgetica y financiera.
[7] Tras las siglas TV MX del monopolio ficticio del filme el director Luis Estrada ha querido aludir a un verdadero monopolio de los mass media mexicanos: Televisa. La compañía fue fundada en 1973 por Emilio Azcárraga. En casi medio siglo ha llegado alcanzar el segundo lugar de América Latina solo superada por la Cadena Globo (Brasil). El capital activo de la empresa es de unos 5, 000 millones de pesos mexicanos, cuenta con más de 40, 000 empleados, 224 estaciones de televisión y ofrece servicios pagados de television, cine, internet, publicaciones, telecomunicaciones, radio, doblaje, animación y televisión por suscripción. De las relaciones que guarda Televisa con el estado mexicano y la cúpula política del Partido Revolucionario Institucional (PRI) da testimonio una frase de Emilio Azcárraga: “Yo soy un soldado del PRI”.
[8] La dictadura perfecta se desarrolla en 2014 en tiempos del presidente del PRI Enrique Peña Nieto, pero la frase racista en cuestión (“Ya ni los negros”) se le adjudica al ex presidente Vicente Fox, del Partido Acción Nacional durante su sexenio de gobierno (2000–2006).
[9] La verdad sospechosa, obra de el dramaturgo novomexicano Juan Ruíz de Alarcón (Taxco, México, 1581; Madrid, España, 1639) escrita hacia 1620, posee alto sentido moralizante.
[10] La secuencia en la cual se muestra la llegada a provincias de el duo de reporteros de TV MX es elocuente. En la carretera, colgados de una arcada, se exhiben seis ahorcados que el escrito en una manta de tela identifica de traidores a una banda de el narcotráfico. En medio de la vía los periodistas se ven cercados por hombres armados con ametralladoras dispuestos asesinarlos si no quedan claras cuáles son las intenciones del viaje. Tras ofrecer el nombre del gobernador Vargas y efectuar los narcos una llamada a su oficina, todo se arregla y la hostilidad inicial da paso a la camaradería que llega al punto de tomarse (periodistas y narcos) una macabra foto que tiene de fondo los cuerpos de los ahorcados.
[11] Al igual que en El infierno el actor Joaquín Cosío en La dictadura perfecta se luce en el rol del diputado Morales, un político que de tan honesto en sus intenciones parece ingenuo en sus actuaciones al punto de confiar en el “cuarto poder” de los periodistas ajeno a los tres (legislativo-judicial-ejecutivo) representado por el gobernador Vargas. Su inocencia lo lleva entregar pruebas de la corrupción de Vargas a los periodistas quienes a su vez se las pasan a Vargas. Finalmente, cuando se disponía a presentar las pruebas en el noticiero TV MX es acusado frente a las cámaras de corrupción de menores. Se encierra en un hotel para grabar un video en el que de nuevo acusa a Vargas y un desconocido enmascarado le pega un tiro en la sien y hace creer que se trata de un suicidio al colocarle la pistola en la mano.