–Una señorita joven desea verle, señor… Creo que es la señorita Cherrell.
–Dígale que pase, James.
Pensó: “Si se trata de Dinny, he de conservar toda mi presencia de ánimo.”
–¡Oh, Dinny! Caurobert dice que este maxilar es pre-Trinil. Mokley dice que es Paulo-post-Piltdown, y Edon P. Burbank, que es propter Rhodesian. Yo digo que es Sapiens. Observa este molar.
–Lo veo, tío Adrián.
–Es demasiado humano. Este hombre tuvo dolor de muelas. Probablemente el dolor de muelas fue la causa del desarrollo artístico. El arte de Altamira y las caries de Cromagnon se hallan reunidos. Este tipo fue un Homo Sapiens.
–Es un consuelo saber que no hay dolor de muelas sin sabiduría. He venido a Londres para ver al tío Hilary y al tío Lawrence, pero he pensado que si antes almorzaba contigo me sentiría más fuerte.
–Entonces iremos a almorzar al Café Búlgaro –dijo Adrián.
–¿Por qué?
–Porque allí, de momento, se come bien. Están en una fase de propaganda, querida; así que, probablemente, estaremos bien servidos y gastaremos poco. ¿Quieres empolvarte la nariz?
–Pues entra ahí.
En cuanto ella hubo desaparecido, Adrián comenzó a acariciarse la perilla preguntándose qué podría encargar por dieciocho chelines y medio; porque, siendo un funcionario del Gobierno sin medios propios, era raro que tuviese en el bolsillo más de una libra.
–¿Qué sabes a propósito del profesor Hallorsen, tío Adrián? –preguntó Dinny cuando estuvieron sentados delante de una tortilla a la búlgara.
–¿El hombre que fue a Bolivia para descubrir las fuentes de la civilización?
–Sí y que se llevó a Hubert consigo.
–iAh! Pero le dejó atrás, por lo que he sabido.
–¿Jamás te has encontrado con él?
–Sí, en 1920, escalando una cumbre de los Alpes dolomíticos.
–¿Te gustó?
–No.
–¿Por qué?
–Porque era agresivamente joven. Apostó conmigo a quién llegaba antes a la cúspide. El hecho es que me venció y… me hizo recordar el baseball. ¿No has visto nunca un partido de baseball?
–No.
–Yo vi uno en Washington. Uno tiene que insultar a su contrincante hasta ponerlo nervioso. Cuando está a punto de batir la pelota se le llama cabezota, soldado de infantería, presidente Wilson, vejestorio y otras cosas por el estilo. Es de ritual. Lo importante es ganar a toda costa.
–¿Y tú no crees que sea necesario ganar a toda costa?
–Nadie dice que la gente deba ganar, Dinny.
–Pero todos lo intentamos, cuando llega el momento.
–Sé que eso ocurre, incluso con los hombres políticos.
–¿Intentarías tú ganar a toda costa, tío?
–Probablemente.
–No lo creo. Yo, en cambio, sí.
–Eres muy amable, querida; pero, ¿por qué este particular desdoro?
–Porque cuando pienso en el caso de Hubert, me siento tan sedienta de sangre como un mosquito. Estuve leyendo su Diario durante casi toda la noche pasada.
–La mujer –dijo Adrián, lentamente–, todavía no ha perdido su divina irresponsabilidad.
–¿Crees que corremos el peligro de perderla?
–No, porque sean cuales fueren las cosas que las mujeres podáis decir, jamás lograréis aniquilar en el hombre el sentido innato de que él es vuestro guía.
–¿Qué crees tú que es lo mejor para aniquilar a un hombre como Hallorsen, tío?
–A falta de cachiporra, el ridículo.
–Me figuro que su idea sobre la civilización boliviana era absurda, ¿verdad?
–Completamente. Todos sabemos que existen algunos monstruos de piedra curiosos e inexplicables, pero, si la he comprendido bien, su teoría no tiene fundamento. Sólo que, querida, parecerá que Hubert esté complicado en este asunto.
–Por el lado científico, no. Tomó parte en la expedición solamente como encargado de los transportes –y Dinny sonrió mirando a su tío a los ojos–. No estaría mal poner en ridículo una necedad como ésta, ¿verdad? Y tú, tío, ¿sabrías hacerlo tan admirablemente?
–¡Serpiente!
–Pero, ¿no es un deber de los hombres de ciencia el poner en ridículo las ideas empíricas?
–Quizá sí, si Hallorsen fuese un inglés. Pero puesto que es un americano, es preciso entregarse a otras consideraciones.
–¿Por qué? Yo creía que la ciencia no tenía fronteras.
–En teoría; pero en la práctica, hay que cerrar los ojos. Los americanos son muy susceptibles. Sin duda recordarás reciente actitud hacia las teorías sobre la evolución. Si en esa ocasión hubiésemos soltado, la carcajada, hubiéramos podido incluso llegar a una guerra.
–¡Pero muchos americanos también se rieron de ellas!
–Sí, pero no hubiesen tolerado que unos extraños se burlasen de sus compatriotas. ¿Quieres un poco de este soufflé Sofía?