Al día siguiente, víspera de Navidad…

Entretenidos con las prácticas religiosas, con los juguetes y con su amigo Saba, aquellos días transcurrieron como en la gloria.

El animal se iba haciendo más cariñoso y más simpático de día en día. Ya en el primero aprendió a dar la pata, a traer el pañuelo, el cual, a decir verdad, no devolvía de muy buen grado, y habiéndole hecho entender que el lamer la cara no era de buen tono y que un perro aristócrata no debía hacerlo, no lo volvió a repetir.

La niña le iba instruyendo sobre todas esas cosas, con el dedito levantado, y él, sentado y golpeando el suelo con la cola, escuchaba con la mayor atención.

Al segundo paseo por los alrededores de Medinet, la fama de Saba cundió por toda la ciudad, pero como suele suceder siempre, aquella popularidad tuvo pronto sus inconvenientes. Los niños árabes, que al principio le temían, confiados en su mansedumbre y atraídos por la curiosidad, bloqueaban materialmente las tiendas de campaña, y con ellos verdaderos enjambres de moscas, que acompañan siempre a aquellos rapaces al amor de la caña de azúcar que llevan en la boca a todas horas. Los criados se esforzaban en alejar las bandadas de chiquillos, pero Nel salía en el acto en su defensa, y como además los obsequiaba con multitud de golosinas, aumentaron tanto las moscas y los chicos que acabaron por convertirse en una verdadera plaga, hasta que, pasada la Navidad, comenzaron las excursiones.

Al principio fueron cortas y por las cercanías de Medinet, unas veces en tren, pues los ingleses habían construido ya muchos kilómetros, y otras en burros o en camellos.

No tardaron en comprobar que las alabanzas tributadas por Idrys a sus camellos eran muy exageradas, pues no sólo a un puñado de alubias, sino a las mismas personas les era difícil guardar el equilibrio sobre sus enormes gibas. Sin embargo, eran, sin duda, de la mejor raza, y les gustaba tanto correr que, en lugar de aguijonearlos, era preciso refrenarlos.

A pesar de su mirada torva y un tanto salvaje, Idrys y Gebhr fueron ganándose la confianza de sus amos por la solicitud con que atendían a la niña.

Gebhr no conseguía disimular del todo su gesto naturalmente feroz, pero Idrys, que inmediatamente comprendió que aquella muñeca era para todos como las niñas de sus ojos, no desperdiciaba ocasión de demostrar que la quería más que a su vida.

A Rawlison aquellas demostraciones de cariño para con su hija, un tanto fuera de lo normal, le hacían comprender que eran un medio seguro para llegar a su bolsillo, pero convencido también de que a la pequeña no se la podía ver sin amarla, creyó en la sinceridad de las palabras del criado, por lo que a cada momento le demostraba su agradecimiento con abundantes propinas.

Con esto, las vacaciones de los ingenieros tocaban a su fin y aun tenían que volver a revisar los trabajos del canal Bahr Yusuf, al mediodía de Medinet.

Rawlison esperaba la llegada de la institutriz para dejar a los niños a su cuidado, pero por desgracia lo que llegó fue una carta del doctor, diciendo que la picadura del escorpión había hecho reaparecer la erisipela y que la enferma no podía salir de ningún modo de Port Said.

Esto creó una situación difícil; llevar con ellos a los niños, con los pabellones y toda la servidumbre, era del todo imposible, máxime no teniendo una residencia fija durante la revisión de las obras, y con la posibilidad, además, de recibir orden de trasladarse hasta el gran canal de Ibrahim.

Acordaron por fin dejar los niños en Medinet bajo la protección del cónsul italiano y del mudir (gobernador), con quien los unía una buena amistad. Pero Nel no quería separarse de su papá, y éste tuvo que consolarla diciéndole:

–No te pongas triste, Nel. El señor Tarkowski y yo vendremos con frecuencia, y además nos llevaremos a Kamis para que venga a buscaros, cada vez que encontremos algo digno de verse en el camino. Y tú, Estasio –dijo volviéndose al muchacho–, cuida de mi hija, ya que no hace caso de su nodriza.

–Puede usted irse tranquilo –respondió serenamente el muchacho–, que cuidaré de Nel como si fuera mi propia hermana.

¡Teniendo yo a Saba y este fusil, desafío al que sea capaz de hacerle ningún daño!

–No se trata de eso –dijo Rawlison–. No te harán falta ni Saba ni el fusil. Se trata de que procures que Nel no se canse demasiado, que coma a sus horas y que no se resfríe. He rogado al cónsul que, en caso de necesidad, llame a un médico de El Cairo. Kamis vendrá muy a menudo a preguntar por vosotros, y el medir vendrá también a veros. Además, no estaremos muchos días fuera.

Tarkowski también dio varios consejos a su hijo. Le advirtió que era una necedad impropia de un muchacho de catorce años pensar que en Medinet, ni en El Fayum, donde no había ni fieras ni salvajes, fuera necesario el fusil; le recomendaba que fuese prudente, y que no hiciera ninguna excursión, ni solo ni mucho menos con Nel, sobre todo en camello. Al oír esto Nel puso una carita tan triste que Tarkowski tuvo que consolarla, acariciándole la cabecita y diciéndole:

–Irás en camello, Nel, pero con nosotros o cuando enviemos a Kamis a buscaros.

–Y nosotros dos solos ¿no podremos dar un paseíto… así? –dijo la pequeña, indicando con un dedito la medida sus pretensiones.

Al fin consintieron en que hicieran alguna pequeña excursión, pero no en camello, sino en borriquito, y no a las ruinas, donde podrían caerse en alguna grieta, sino por los alrededores de Medinet, y acompañados siempre de algún criado la agencia Cook.

Aquel mismo día partieron los ingenieros hacia Hawaretel-Makta, que se hallaba a muy poca distancia, y a las diez horas estaban de regreso en Medinet. Esto se repitió los días sucesivos, mientras lo permitió la proximidad de las obras que tenían que inspeccionar.

A medida que éstas fueron llevándolos más lejos, enviaban por la noche a Kamis, y éste conducía a los niños al lugar donde sus padres estaban, y regresaba con ellos a Medinet antes de que oscureciera. Cuando los ingenieros consideraban que no habían hallado nada que pudiera llamar la atención de los niños, no enviaban a Kamis a buscarlos, y aquellos días eran para Nel tan tristes, que ni la solicitud de su fiel amigo, ni la compañía de la bondadosa nodriza, ni las caricias de Saba bastaban a consolarla, y en estas alternativas transcurrió el tiempo, hasta el día de Reyes, en que sus padres regresaron a Medinet.

Dos días más tarde partieron de nuevo, anunciando que iban lejos, pues debían llegar hasta Beni Suef, y de allí a El Facher, a revisar el canal de este nombre, que corre hacia el mediodía, paralelo al Nilo.

Grande fue, pues, la sorpresa de Estasio cuando al cabo de tres días, estando en la pradera contemplando los camellos vio llegar a Kamis, quien cruzó rápidamente algunas palabras con Idrys y luego se volvió hacia él, diciéndole que traía orden de sus papás para llevarlos con ellos. El muchacho fue corriendo a la tienda de campaña, donde encontró a Nel jugando con Saba.

–¿Sabes la noticia que traigo? –gritó desde fuera–. En este momento ha llegado Kamis.

Al oírlo, Nel se puso a dar saltitos, como hacen las niñas cuando juegan a la comba, exclamando:

–¡Ay, qué bien! ¡Qué alegría!

–Vamos de viaje. ¡Y lejos!

–¿Adónde? –preguntó Nel, apartando con una mano el flequillo que le cubría los ojos.

–No lo sé. Ya nos lo dirá Kamis cuando venga.

–Entonces ¿cómo sabes que vamos lejos?

–Porque he oído cómo Idrys decía que él y Gebhr se pondrían en seguida en marcha con los camellos. Esto quiere decir que iremos en tren hasta algún sitio, donde nos esperarán para hacer alguna excursión con tu papá y el mío.