Ante esta perspectiva, Nel empezó a dar saltos de nuevo, como si fuera de goma, y ya no era el flequillo lo que le cubría los ojos, sino que tenía el cabello echado sobre la cara.
Quince minutos después llegó Kamis, e inclinándose ante Estasio le dijo:
–Joven señor, dentro de tres horas partiremos en el primer tren.
–¿Hacia dónde? –preguntó Estasio.
–A El Gharak-el-Sultani, desde donde amos en camellos hasta Wadi Rayan.
A Estasio no le cabía la alegría en el cuerpo, pero al mismo tiempo le extrañaban las noticias de Kamis. Sabía que Wadi Rayan era una cadena de colinas arenosas situadas en el desierto de Libia, al mediodía y al occidente de Medinet, y que los ingenieros habían ido en dirección, opuesta hacia el Nilo, por lo que se volvió al criado y le preguntó:
–Entonces ¿qué ha sucedido? Cómo es que nuestros padres no están en Beni Suef, sino en El Gharak?
–Lo han dispuesto así –respondió escuetamente Kamis.
–Pues ¿por qué me ordenaron que les escribiera a El Facher?
–Aquí traigo una carta –respondió el criado–, y ella os lo dirá.
Y Kamis empezó a rebuscar en sus bolsillos, exclamando al fin:
–¡Oh, Nabi![abbr title=”Profeta”]1[/abbr] ¡Me la he dejado en las alforjas del camello! Voy corriendo antes de que se marche Idrys. –Y sin añadir más echó a correr.
Dinah se puso, inmediatamente, a preparar todo lo concerniente al viaje. Y como, al parecer, la excursión iba a ser larga, preparó dos vestidos, varios abrigos y alguna ropa blanca.
Estasio hizo también su equipaje, ocupándose en primer lugar de llevar el fusil y las municiones correspondientes, con la esperanza de que les saliera al paso algún lobo o alguna hiena en las colinas de Wadi Rayan.
Una hora tardó Kamis en volver sudoroso y casi sin aliento.
–He corrido como un loco, pero ya no he podido alcanzar a los camellos. Pero no os preocupéis: en El Gharak encontraremos a los señores y a la carta. ¿Vendrá Dinah también con nosotros?
–¡Claro que sí!
–Mejor sería que se quedara, porque los señores no me han dicho nada respecto a ella.
–No importa. Cuando se fueron encargaron sobre todo que no se apartara de Nel. Kamis hizo una profunda reverencia, y llevándose la mano al pecho dijo:
–Joven señor, démonos prisa si no queremos perder el tren.
Todo estaba ya dispuesto y minutos después se hallaban en la estación.
El Gharak dista sólo treinta kilómetros de Medinet, pero el tren va muy despacio y se detiene con frecuencia, por lo que Estasio calculó que Idrys y Gebhr llegarían antes con los camellos. Le hubiera gustado mucho hacer con ellos el viaje, pero recordando las amonestaciones de su padre y la delicada salud de Nel, se resignó a hacerlo en tren, y luego le pareció tan corto que se encontraron en El Gharak sin darse cuenta.
Era una estación de muy poca importancia y casi desierta. Al bajar del tren sólo encontraron algunas mujeres con cestos de naranjas, y dos beduinos que los esperaban con Idrys y Gebhr y siete camellos.
Idrys justificó la ausencia de los papás diciendo que se habían adelantado, internándose en el desierto para preparar las tiendas de campaña que habían hecho traer de Estah.
–¿Y cómo los vamos a encontrar en el desierto? –preguntó Estasio.
–Precisamente han enviado estos guías para seguir sus huellas –repuso el criado señalando a los dos beduinos, uno de los cuales hizo una profunda reverencia y, frotándose el único ojo que tenía, añadió:
–Nuestros camellos no son tan robustos como los suyos, pero no son menos ligeros, y en una hora estaremos allí.
A Estasio le entusiasmó la idea de pasar la noche en el desierto, pero Nel se puso muy triste, a pesar de saber que al final del viaje encontraría allí a su padre.
A todo esto, el jefe de la estación, que era un egipcio con gafas negras y una pequeña gorra encarnada, se acercó y miró con cierta curiosidad la caravana, sorprendido de ver aquellos niños europeos.
–Estos niños son los hijos de los ingleses que esta mañana se internaron en el desierto –le explicó Idrys, mientras acomodaba a Nel en la silla del camello.
Estasio entregó su fusil a Kamis y se sentó junto a Nel. Dinah montó en el camello de Kamis, y los demás en los restantes, y sin más dilación se pusieron en marcha.
Si el jefe de la estación los hubiera visto partir, se habría extrañado de ver que se dirigían hacia Talei, cuando los ingleses a quienes Idrys se refirió habían salido en dirección contraria) pero como aquella noche ya no debía llegar ningún otro tren, se metió en su casa sin preocuparse más.
Eran las cinco de la tarde, y el cielo estaba tan sereno que ni una nube lo empañaba. El sol había ya traspuesto la orilla izquierda del Nilo y empezaba a hundirse en las arenas del desierto, tiñéndolas de rojo con los reflejos del crepúsculo, los cuales iluminaban con una claridad tan diáfana el horizonte, que casi molestaba a la vista.
Al alejarse de Gharak, y mientras la caravana avanzaba por terreno cultivado, el beduino que la guiaba caminaba paso a paso, pero cuando por el pisar de los camellos comprendió que se hallaba sobre la arena del desierto, aguijoneó al que montaba, gritando:
–¡Yalla! ¡Yalla!