–Me parece que sí –contestó–. Si llega a confirmarse, no sólo constituirá un gran honor, cosa que las mujeres, puede usted creerlo, estimamos grandemente, sino también un gran alivio, cosa que aún se agradece más, pues nos veremos libres de muchísimas preocupaciones. La salud de James ha dejado siempre que desear, y como somos pobres, ha tenido que recurrir al periodismo y a la enseñanza, sin abandonar por ello sus tremendos estudios y descubrimientos, que son para él lo más querido que hay en el mundo. Muchas veces me ha asaltado el temor de que si sobrevenía algo de esta naturaleza tendríamos que preocuparnos en serio de su equilibrio mental, pero creo que la cosa está prácticamente resuelta.
–Me alegro mucho –dijo Basil, aunque su semblante denotaba cierta inquietud–, pero estas negociaciones burocráticas son tan terriblemente azarosas que no le aconsejo a usted que se haga grandes ilusiones para evitarse la amargura de un desengaño. Yo he conocido hombres, tan buenos como su hermano, que han llegado mucho más cerca que él y luego se han visto defraudados. Claro que si es un hecho…
–Si es un hecho –dijo la mujer con orgullo–, querrá decir que unas personas que no han vivido nunca podrán intentar vivir.
Aún no había terminado de hablar, cuando volvió a entrar en la estancia el profesor con la misma expresión de aturdimiento que al salir.
–¿Es cierto? –preguntó Basil con los ojos ardientes.
–Ni mucho menos –contestó Chadd tras un momento de desconcierto–. Su argumentación era falsa en tres puntos.
–¿Qué quiere usted decir? –preguntó Grant.
–Está claro –dijo el profesor lentamente–; al decir que usted poseía un conocimiento de la esencia de la vida zulú distinto de…
–¡Oh! ¡Al diablo la vida zulú! –exclamó Grant soltando una carcajada–. Quiero decir que si le han dado el cargo.
–¿Se refiere usted al careo de archivero de los manuscritos asiáticos? –dijo Chadd abriendo los ojos con asombro pueril–. ¡Ah! Sí, me lo han dado. Pero la verdadera objeción a sus argumentos, que no se me ha ocurrido, lo confieso, hasta que salí de la habitación, es que no sólo presuponen la existencia de una verdad zulú independiente de los hechos, sino que implican que el descubrimiento de esa verdad se halla imposibilitado totalmente por ellos.
–Me ha apabullado usted–dijo Basil, sentándose entre carcajadas, mientras la hermana del profesor se retiraba a sus habitaciones, no sé si para reírse también o no.