El minibar estaba surtido con diversos tipos de ron. Alberto preguntó a Fernando si quería beber algo. Sin dejar de hablar, este afirmó con la cabeza, haló un puro que traía en el bolsillo de su camisa, lo olfateó, y cuando se disponía a encenderlo, el ex agente lo interrumpió:
–General… ¿Podría explicarse mejor? No le entiendo –dijo y apuró de un trago uno de los vasos de ron que traía en su mano. El otro era para el general, que respondió:
–¡La operación se llama Cohíba, será ejecutada por usted en Berlín y deberá realizarla en catorce días! Usted sabe que nuestro país tiene limitaciones de Interpol para realizar este tipo de trabajo –hizo una pausa y encendió una cerilla mientras Alberto le acercaba el vaso de ron, diciéndole:
–Ah, entiendo. Viajaré a Alemania con los documentos de mi hermano cuando él esté aquí.
Dando un respingo, el General se quitó el tabaco de la boca, apagó la cerilla de un soplo y dijo bruscamente:
–¡No, señor! ¡¿Cómo se le ocurre?!
–¡Ah…! ¿No quiere beber? ¡Disculpe! –dijo Montuno, quitándole el vaso al General, que ya comenzaba a cansarse de que el Mayor se hiciera el bobo. Recuperó la bebida, mientras su ex camarada, sonriente, se sirvió otro trago de Havana Club siete años y brindó con su viejo camarada, quien en vez de aprovechar y beber, prosiguió:
–¿Dónde me quedé? ¡Ah, ya! ¡Quéría decir que los alemanes autorizaron la entrada de un agrónomo que sea especialista en el tabaco para descubrir de dónde proviene la materia prima que están utilizando para unos Cohíbas falsificados que piensan producir allá! Y usted fue elegido por la máxima instancia y, no sólo para investigar el origen, sino para impedir la producción y salida al mercado negro. ¡Según informes recientes, piensan expandirlo por toda Europa del Este y en la propia Alemania!
Alberto no dijo nada. Pensó unos instantes y fue a buscar un maletín pata empacar sus cosas, seguido por el alto oficial, que al fin probó el esquivo trago de ron.
–¿Quién está detrás de todo eso? –interrumpió el investigador, sacudiendo un pantalón con polvo acumulado.
–Un desertor de la empresa de tabaco, Arturo Mendoza, quien debía hacer una compra en Europa y se fugó con más de cinco millones de euros.
–¡Oh…, esa es dura! –comentó Alberto y siguió empacando.
–¿Qué, Mayor, le parece poco?
–Oh, no, no es la primera vez que esto sucede. ¡Pero si me dan la oportunidad se la aplico!
El General sonrió. Quería encender su tabaco y probar el ron, pero se alegró de la respuesta del agrónomo y le dijo, mirándole a los ojos:
–Primera instrucción: llame a su hermano y que se pase unas vacaciones aquí, y usted se hará pasar por él en Berlín. De esa forma hay menos riesgo de que sea descubierto o que comiencen a indagar quién es usted y por qué esta allí y bla, bla, bla… ¿Me entiende?
–Perfectamente, pero como usted sabe, la última vez que visité Berlín, todavía estaba la frontera, era un niño y pude ver la ciudad –respondió rascándose la cabeza y apretando los labios.
–¡Despreocúpese, solamente ha cambiado el sistema político y el nivel de vida, que por supuesto es más caro, causa principal de la alta criminalidad de hoy en día! La situación geográfica es la misma, ahora sin fronteras. ¡Usted visitará los sitios donde se supone que el fugitivo irá en busca de contactos para la venta de tabaco falso! Pueden ser restaurantes, bares y discotecas… datos que le facilitará la parte alemana cuando llegue. ¡Su hermano no puede saber del asunto, así que invente algo, o mándelo a llamar por medio del Gordo, el amigo de ustedes, que le diga que venga por Ana, su ex novia, que ella pasado mañana se casará, con un hombre al que no ama…! Invéntese un drama, que seguramente él vendrá por ella. ¡Después que el Gordo hable con él, usted lo llamará y le hará saber que usted irá a ayudarle para que su esposa en Berlín no note su ausencia! ¿Me entiende? –preguntó el General, llevándose el vaso a la boca. Alberto lo detuvo:
–Sí, sí, pero… ¿Por qué debería mi hermano venir por Ana…? Él está casado, y ellos solos son buenos amigos.
El General tragó en seco mirando el vaso, y el ex agente notó que estaba molesto. Y con razón. No era la primera vez que lo interrumpía, y ya pensaba que lo hacía a propósito, porque siempre lo hacía en el momento justo que intentaba beber. Pero igual lo dejó pasar, pues la misión era más importe que cualquier otra cosa. El General puso el vaso sin beber sobre el bar, se volvió hacia el Mayor y dijo:
–¿No sabía usted que su hermano Manuel es el amor de su vida? Precisamente por eso él tiene que venir a impedir la sorpresa que le tiene su futuro esposo, el doctor Pedro, porque si por lo menos Ana lo amara, ella se alegraría…
–Comprendo General, y estoy listo. Podemos irnos –dijo Alberto con el maletín en la mano, camino a la puerta. Su superior salió detrás, pero a medio camino dio la vuelta y retrocedió, tomó el vaso y de un trago se bebió el ron, prendió el puro, y salió del garaje. Subieron al helicóptero, que en pocos minutos se alejó del lugar.