Carta 39

Siendo yo tan franca que te he dicho, con admiración tuya, las borrascas que mi imaginación levantó por ese hombre, el extremo con que me empeñé en hacerme amar y el valor que di a los sentimientos que le inspiré, por dudosos que fueran, te he dicho más que tú me preguntabas y más de lo que tienes derecho a saber. Si llegara un caso que creyera de mi deber darte cuenta de cada palabra o afecto de mi vida anterior, lo haría también, como lo hice noble y lealmente cuando hubo un hombre sincero y amante, que me dijo: yo te amo. Es, pues, indudable, que yo no temo que tú sepas por T. más de lo que por mí sabes, y que estoy tan lejos de temer, que lo que sabes y más (y cuanto he pensado y obrado e imaginado) te diría yo propia, aun cuando fuese en mi daño, si tú me dijeses algún día: “mi corazón, que te ama, quiere leer en el tuyo página por página.”

Aún sin esto tú sabes que soy franca contigo y aún con todo el mundo. ¿Sabes, pues, por qué sentiré mucho que hables de mí a Tassara? Te debo esta explicación y te la daré en dos palabras.

Tengo orgullo: por exceso de él, sí; por exceso de orgullo he sido y soy muy indulgente con tu amigo. Sé que él no me conoce, que se ha formado de mí un ente ideal, que no soy yo; al paso que yo lo conozco a él mejor que su madre. Porque lo conozco, lo aprecio; porque no me conoce, no es él capaz de comprender que le aprecio. Yo soy indulgente como Dios cuando me siento superior, y por eso soy indulgente con T.; tengo sobre él la superioridad de conocerlo sin ser conocida, y además la de haber sido mejor y más leal y más generosa que él. Yo sólo pudiera odiar a la persona con quien hubiese sido yo misma mala o falsa, porque esa persona tendría en ese caso la superioridad única que me irrita, la del obrar mejor que yo. Con T. no hay eso; piense de mí tan mal como quiera, no puede decir jamás que él ha obrado mejor que yo, y acaso lo que le haga aborrecerme es el sentirse en este punto en posición desventajosa respecto a mí. Pero por mucha que sea mi indulgencia y mi orgullo, tengo también mi poquito de vanidad, y sabiendo que ese hombre no quiere ocuparse de mí, que hasta grosero se me ha manifestado, que lo es no solamente conmigo sino con mis mayores amigos, sólo porque lo son; no puedo prescindir de la repugnancia que siento a que tú, u otro que me trate, le busque una conversación que él, en su orgullo inmenso, pueda creer se le suscita con anuencia mía. Yo le perdonaría desde luego el que hablase de mí con odio, con desprecio, como quisiera; no le doy en el día bastante valor para ofenderme por lo que piense de mí; pero me desagradaría mucho que él pudiese suponer que yo tornaba interés en averiguar ahora lo que él cree y dice de mí, cuando tengo motivos para saber que no se ocupa de mi existencia ni para bien ni para mal. Su ambición, su deseo de figurar lo absorbe completamente, y la mujer con quien está enredado es la única que le conviene. ¿A qué, pues, irle a recordar mi nombre? ¿A qué exponerme a la humillación de que él sospeche que se hace con mi anuencia?

Éste es mi solo temor, y en prueba de ello te digo, que lo que únicamente te suplico, te exijo, es que jamás le digas que yo he pronunciado su nombre en tu presencia; que no le dejes el menor pretexto para creer que yo sé que es tu amigo, o que tú sabes por mí que lo ha sido mío. Por lo demás bien puedes, si tanta curiosidad tienes en saber cómo piensa respecto de mí, decirle cuando venga al caso, que te han dicho que lo ha amado mucho una amiga tuya, y nombrarme en buen hora; no me importa, como tampoco el que te diga cuanto mal quiera de mí. Sólo exijo que no sepa jamás que su nombre se ha pronunciado entre tú y yo, y que es por mí por quien sabes lo que sabes.

Si él se estima, creo que te dirá, que soy una persona a quien aprecia: si es fatuo, te dirá que sí, que he estado loca por él, y acaso añadirá, como en gloria suya, que él jamás me amó: en esto no sé si mentiría. Si es que realmente me amó y que ahora me aborrece, te dirá que soy el diablo y que me desprecia o me detesta…, esto último me lisonjearía. Dile, pues, lo que quieras, con tal que alejes todo indicio de ser yo sabedora. Éste es mi solo interés.

Pero quisiera yo saber… ¿esa curiosidad tuya, el disgusto mal disimulado con que me oías esta noche cuando te ensalzaba mi pasado ídolo, qué significan? ¿Me amas tú realmente? ¿Tienes celos…? Si tal creyera… no sé: sería infeliz, pero tendría placer, doloroso placer. De ex profeso te hablaba de él esta noche: me extendía, ponderaba de intento; es la única vez que he visto en tu cara la expresión de la pasión; y esta confesión, que ahora te hago, te explicará por qué después he estado más cariñosa contigo. Sí; cuando te hablaba de T. me pareció que tenías celos; me pareció que me amabas, todo lo que dijiste no bastó a destruir en mí la impresión de aquella idea. Y bien, Cepeda; si tú me amases y tuvieras celos de un afecto anterior a mi casamiento, serías más riguroso que aquel que me dio su nombre; pero no te tacharía de injusto. Yo no podría mentir negando lo que realmente fue; esto es, que fuese por capricho o sin él, fuese una pasión fatal o un acaloramiento del orgullo, yo he querido a ese otro, que no eres tú, ni es Sabater; pero ¿puedes tú suponer que quede de aquello nada en mi alma? ¿Pedirías a una viuda cuenta de su corazón en un pasado, que cesó de pertenecerle a ella misma desde que un hombre incomparable la colocó bajo la égida de su nombre respetado? Además, ¿es tan grave delito amar en una mujer que era libre? Severo has estado, muy severo, y sin embargo siento que te perdonaría de todo corazón si fuese tu severidad efecto de celos. Si no es así, no me lo digas, no; porque un rigorismo frío me parecería hasta ridículo.

Te he dicho que soy un poco loca y ya ves cómo te lo pruebo enviándote esta larga carta; y para que sepas que además de un poco loca soy loca por completo, acabo diciéndote que te amo, y que te he mentido siempre que lo contrario haya dicho. Haz tú de este amor lo que quieras, hazlo un culto, una pasión loca o una amistad tierna; creo que puedes darle carácter a tu placer, y que yo siempre quedaré contenta con tal que, ya me hagas tu amiga, ya tu amante, sepas comprender que soy exclusivista y exigente y que no tolero nada a medias.

Es casi de día y aún sigo viendo visiones, tal está mi cabeza.

Adiós, te abraza,

Tula.