Colgado de un barranco duerme mi pueblo…

El sacristán ha visto hacerse viejo al cura, el cura ha visto al cabo y el cabo al sacristán. Y mi pueblo después vio morir a los tres, y me pregunto por qué nace la gente si nacer o morir es indiferente.

Aunque la grabadora aventura la letra, ésta queda empequeñecida por el canto general. En verdad no son muchos los que permanecen en la sala. Casi todos los invitados han aprovechado cortos recesos de la lluvia para salir apresurados. De modo que a esta altura de la madrugada sólo queda este reducido grupo, sus amigos de labor, escritores en ciernes, desconocidos prosistas que intentan colocar su primer libro en alguna editorial. Los demás, algún que otro familiar suyo o de algunas de sus amistades. Pero es aquí donde se siente mejor. Recuerda que en su peor época aquella en que tenía sólo dos pantalones, en que sus zapatos exhibían remiendos por doquier, en que muchos se burlaban de su vicio por escribir; siempre existió quien le tendiera una mano. Daba lo mismo si esta mano era para prestarle algún dinero o si era para sacarlo de alguna crisis espiritual. La mayoría de ellos están aquí, bajo el hechizo de esta canción que en sus anteriores encuentros se había convertido en un himno. Curioso, piensa, una canción que fue hecha bajo el cetro de un gobierno dictatorial, cuya mano de hierro intentaba aplastar la voz propia del creador. Una canción vieja, que la aprendieron con Castillo, el gran Castillo, el adorable loco. Una canción que mantiene su vigencia en esta tierra de locos.

De la siega a la siembra se vive en la taberna, las comadres murmuran su historia en el umbral, de sus casas de cal. Y las muchachas hacen bolillos buscando ocultas tras los visillos a ese hombre joven que noche a noche forjaron en su mente, fuerte pa’ ser su señor y tierno para el amor.

En el exterior sigue tronando, haciéndose una mezcla con el canto. Él se estremece ligeramente, aún cuando este grupo le inspira una valentía que muchas veces se vio necesitado de usar en su vida diaria. Aún en situaciones donde era peligroso llamar las cosas por su nombre, pues se podía contradecir la política oficialista, todos apoyaban sus decisiones, no sólo por amistad, sino porque ellos también consideraban la sinceridad como una virtud en extinción.

Se encuentra sentado en el piso, la espalda contra la pared. Frente a él, entre sus piernas está sentada Leticia, con la espalda sobre su pecho. En un momento ella lo mira, y tomándolo por sorpresa, le da un beso suave en los labios. Se miran.

Ella sueña con él y él con irse muy lejos de su pueblo. Y los viejos sueñan morirse en paz. Y morir, por morir, quieren morirse al sol, la boca abierta al calor como lagartos, medio ocultos tras un sombrero de esparto.

Su padre, que preparaba unos tragos en la cocina, entra y se sienta también en el piso. Todos lo miran sin dejar de cantar, ya están acostumbrados a la presencia de este hombre entre ellos. Sólo él se siente un tanto incómodo aunque no sea la primera vez que su padre intenta compartir en un ambiente de distensión con sus amigos. Pero es que su padre es aferrado a convicciones políticas que para ellos son caducas. Sus amigos evitan hablar de estos temas pero a veces se hacen chistes que molestan a su padre. De todas maneras, Alberto logra mantener su compostura ante estos jovencitos irresponsables que algún día, piensa, dejarán su ímpetu en algún recodo de la juventud. Él también criticó, luchó, cantó junto a Serrat canciones como esta que ahora cobra una fuerza inusitada en boca de los muchachos.

Escapad gente tierna que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada que hacer. Toma tu mula, tu hembra y tu arreo, sigue el camino del pueblo hebreo y busca otra luna.

Casi sin quererlo se tropieza con la mirada de su padre pero no soporta y desvía sus ojos de inmediato. Centra su atención en la grabadora. ¡Increíble letra! Ha cantado “Pueblo blanco” un montón de veces en apenas tres años y no deja de emocionarse al escucharla. ¡Cuántas veces deseó, imploró que le llegara este momento, el momento que llegó a otros antes que a él; ese que se le pone delante a todo ser humano para triunfar en la vida, ese momento en que se debe olvidar tradiciones, costumbres, familia, patria con tal de lograr trascender el presente, con tal de dejar el anonimato, el peor de los anonimatos, el de la ignorancia! Hoy canta “Pueblo Blanco” por vez primera desde que le llegó la salida y la canción cobra un nuevo aliento, se eleva en su boca con tanta fuerza que todos sus amigos lo miran.

Tal vez mañana sonría la fortuna y si te toca llorar es mejor frente al mar.

Y al fin está aquí, con el pasaporte en la gaveta de su cómoda, una visa por dos años, y un viaje vía directa a Madrid. Aquí está, con su anhelo satisfecho. Aunque a decir verdad siente miedo, mucho miedo, en especial a la soledad. Teme verse mañana solo en cualquier lugar sin un brazo en qué apoyarse, sin el impulso de su familia; solo: literalmente solo. Él, tan seguro de sí mismo, tan valiente, tan confiado de que no miraría atrás en este momento, ahora duda.

Un tañido de campanas se deja escuchar como fondo musical y termina la canción en coro con ellos.

Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas y atravesando lomas dejar mi pueblo atrás juro por lo que fui que me iría de aquí pero los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio.

Para entonces la lluvia había regresado.