Delante del micrófono, en la cabina de transmisión de Radio Nacional Ecuador, sudaba a mares, el calor impregnaba de gotitas de humedad del trópico las paredes de cristal mientras despedía el Noticiero del Mediodía.
Del otro lado del vidrio de la cabina, el director de Radio Nacional, don Simón Sanabria, con un cronómetro en la mano, oficiaba como árbitro de un partido de fútbol y contaba los segundos que tardaba en leer las noticias mientras disfrutaba el aire fresco que arrojaba un ventilador de paletas de madera que colgaba del techo.
Sin confirmar el número de víctimas en el atentado contra Hitler en Múnich.
La Unión Soviética avanza sobre Finlandia.
Hoy, 31 de diciembre de 1939, último día del año, Radio Nacional Ecuador les desea a todos un Feliz Año Nuevo.
Hoy, último día del año, es el cumpleaños del Señor Presidente de la República, nuestro querido Don Pánfilo de Navajas.
Muchas Felicidades, Señor Presidente, le deseamos.
– ¡Flash! ¡Última Noticia!
En control nazi las ciudades de Varsovia y Cracovia.
No me gustaban las malas noticias, evitaba radiarlas, y si lo hacía, era por pura obligación de locutor. Pero la gente, en Quito, no entendía nada de eso, no distinguían lo que era ficción de lo que era realidad, y todos los días, al verme salir de la emisora, murmuraban al verme pasar: ahí va Casariego, el agorero, aléjalo San Alejo. Ingratos, para nada agradecían que los mantuviera informados, no sabían que si de mí voluntad se trataba, en lugar de los detalles de la II Guerra Mundial, radiaría comedias al mediodía para sazonar el almuerzo en casa.
–Bien, lo hiciste bien –me dijo el director–, treinta segundos exactos, leíste la información en medio minuto. Ahora vas a Palacio a reportar el homenaje al Presidente. Iré cuando cierre la emisora. No lo olvides, lleva levita, bombín y bastón. Eso da prestigio…
Salí de la cabina, al salir se me vino encima don Simón Sanabria. El director de Radio Nacional se ufanaba de ser el propietario de la única emisora de radio en el Ecuador que salía al aire al amanecer y se despedía de la radio audiencia a la medianoche.
Don Simón vino hacia mí, sudoroso, gordo y miope y con grandes lentes de aumento como un sapo letrado.
–Me prometió hablar al final del noticiero ¿Se le olvidó mi propuesta? ¿Quiere que la repita? –le dije, al pasar a mi lado.
–No se me olvidó, pero debo pensarlo más. La guerra de los mundos en la radio no es una mala idea. Pero estamos en medio de la II Guerra Mundial, eso cambia todo… Hablaremos en la fiesta del presidente. Ahora, haz lo que te digo, vístete con mi ropa de gala y sal a la calle.