El Aprendiz

Acelera el Wolkswagen y ve a la Amiga estremecerse por el retrovisor. La Amiga era una india proveniente de alguna aldea remota del interior. La Amiga, su cuerpo estremecido por la aceleración, los labios entreabiertos…

–¿Cómo se les dice a las sandalias en tu pueblo? –pregunta la Esposa y la Amiga se ríe, los dientes fuertes, equinos de la india…, pone la manos muy cerca del hombro del Viejo Guerrillero y este siente la temperatura distinta a la suya y luego el filo de las uñas esmeradamente pintadas.

–Cutaras…–dice y la Esposa repite “cutaras”, “cutaras”… y el Viejo Guerrillero sonríe, sabe que las dos mujeres se afanan en hacerlo reír y que el diálogo no es otra cosa que una representación en honor a su condición de macho extranjero. La Amiga pasa de simpática y la Esposa de inteligente. Vuelve acelerar.

Esta vez las manos de la Amiga desenredan el cabello de la Esposa que se mueve con el aire que entra por la ventanilla. Los dedos oscuros entre los rizos rubios ponen en su lugar los inquietos cabellos, apenas acarician, componen el peinado… El Viejo Guerrillero suspira bajito.

La Amiga retira sus dedos, mira hacia delante, los muñones del Viejo Guerrillero están sujetos al timón con una especie de presillas y se hace la única pregunta que la ronda desde que se enroló en esta aventura: “¿Me dan asco sus muñones?” La respuesta también es la misma: no…, un poco escalofriante tal vez… Así y todo, su atracción por la situación que viven los tres se sitúa más allá de los bordes conocidos por ella. Y la Esposa, ¿le gusta la Esposa? Tampoco puede decirlo, era parte de la misma atracción, siempre habían sido amigas y ahora la mujer era su jefa y todo estaba bien.

– ¿Y el pru oriental? –pregunta la Esposa y pone su mano en la entrepierna del Viejo Guerrillero– He visto que en La Habana lo venden…

La mano en la entrepierna acaricia suave, se acerca, se acerca… y el Viejo Guerrillero suspira de nuevo, bajito… La mano presiona tan cerca…

–Te tomas un pru y te comes una cuerúa y tienes para todo el día –responde la Amiga y advierte la caricia discreta dela Esposa y se pregunta si a ella le gustaría tener su mano metida en la entrepierna del Viejo Guerrillero… La respuesta es abismal…

Los tres ríen con la salida de la Amiga.

–¿Un pru y una cuerúa? –dice el Viejo Guerrillero–, eso suena a comida de repuesto.

–Nada de eso, señor –dice la Amiga–, Tipical Food.

¿Una cuerúa? Vaya Dios a saber qué cosa es una cuerúa, se dice el Viejo Guerrillero y se hace la promesa secreta de que jamás en su vida probará una cuerúa…La Amiga realmente es una mujer simpática. Ríen y la carcajada los relaja todavía más a dos pasos como se encuentran del límite.

“¿Quién había comenzado con toda aquella locura?”, se pregunta la Esposa, por momentos temerosa. El temor a lo que no se conoce y atrae sin remedio… Acostarse con dos mujeres siempre había sido una fantasía de su esposo. Lo bueno era que se había atrevido a decírselo. Claro que esas cosas se dicen sólo en el momento en que una buena cogida –“buena cogida” eran palabras del marido, preferidas ante el tradicional palo de acá– permitía cruzar ciertas zonas y ella vivía enamorada de su esposo y no le importaban sus muñones ni sus desvaríos y sus ojos eran los suyos… Nunca cruzó por su cabeza acostarse con dos mujeres, pero el Viejo Guerrillero le fue contando y contando, imaginariamente, y siempre en medio de la buena cogida, en ese momento en que la ternura alcanzaba su dimensión perfecta… La fantasía se prendó de ella y la hizo suya, sin detenerse a preguntar si la desearía o no fuera de las invocaciones a mitad, o al final, de la entrega más tierna o furiosa. Al principio el Viejo Guerrillero elegía las mujeres con las cuales fantasear. Con el tiempo ella supo estar a la altura de los apetitos del hombre… Ella contaba y decidía con qué mujer acostarse en el juego… Era delicioso por la intensidad y la perfección.

Un día apareció la Amiga, no se veían desde los años de estudiante. La Amiga, una india espléndida, recalaba en la capital, sin trabajo, viviendo al día en casa de una hermana…

–Fulana tiene una clase de pelera –dice la Amiga de pronto y la Esposase tapa la risa con la mano y el Viejo Guerrillero se extraña–, una clase de pelera en los muslos.

Tener pelera en los muslos era la manera en que en las aldeas del Este se referían a las mujeres y los hombres velludos. La Amiga y la Esposase burlaban de las mujeres que tenían bigotes y exceso de pelos en las piernas y del gusto de los hombres por algo tan masculino. Hoy las dos mujeres se afeitaban y depilaban. El Viejo Guerrillero sabía que la Amiga tenía el sexo rasurado…

–Pelera, una mujer con pelera –repite el Viejo Guerrillero y sonríe e imagina cómo debe ser el sexo dela Amiga, un sexo jugoso –cualidad de mamey abierto– del que dispondrá en menos de media hora.

–Papi, cierra la pluma que se bota el agua… –dice la Amiga.

– ¿La pluma es la pila del agua? –dice el Viejo Guerrillero a merced de su condición de extranjero–, pero si en Oriente dicen que no hay agua, da lo mismo una pluma que una pila o una llave.

–Y las vacas dan leche en polvo –dice la Amiga y la Esposa estalla en una risotada que contagia al Viejo Guerrillero.

El silencio retorna al Wolkswagen, es un silencio expectante, pero no tenso. La Amiga mira por la ventanilla, pasa los ojos por los hombros de la esposa, el cabello rubio sobre la espalda y por fin se detiene en los muñones del Viejo Guerrillero: “Este tipo perdió las manos por algo en lo que creía.” ¿Qué cosa había en su vida lo suficientemente perdurable como para dejar los pedazos tratando de conseguirla? Nada, admite. Pero la Amiga está aquí también porque tiene un gran corazón ¿Qué fuera del Viejo Guerrillero si no existieran mujeres como ella y la Esposa?

Sus ojos regresan a la espalda de la Esposa. Una bonita espalda, algunas pecas a la altura de los hombros. La Esposa era una mujer esbelta y elegante, alguien de quien aprender y ella llevaba años aprendiendo, hablaban de todo, el mismo diálogo, en el que se enfrascaron desde el día en que se conocieron en la Universidad.

– ¿Alguna vez te has acostado con un hombre y otra mujer? –le preguntó la Esposa en una ocasión en que tomaban el café del almuerzo.

La Amiga lo pensó un instante, una pausa que más que negativa denotaba duda o quizás curiosidad.

–Soy tremenda puta –le dijo sonriendo–, pero nunca he hecho eso…