El Decamerón. Giovanni Bocaccio (1313-1375)

El arte verbal de Bocaccio descansó en una conformación retórica de la prosa, y su estilo llegó a veces a los lindes de lo poético. En ocasiones la conversación tiene forma de discurso bien ordenado y un estilo mezclado que enlaza elegantemente al realismo y al erotismo.

Bocaccio poseyó un talento plástico, espontáneo, fluido, impregnado de sensualidad e inclinado a formas elegantes. Su estilo cortesano tardío y su género un tanto afrancesado se mostraron en sus descripciones, el refinamiento ingenuo y los tiernos matices de sus trampas amorosas, la mundanidad feudal de sus cuadros sociales, la malicia del ingenio.

Los matices de El Decamerón son, sin duda, muy variados; incluso donde las narraciones se aproximan a lo trágico, el tono y la atmósfera permanecen en lo sentimental-sensible y evitan lo sublime y lo grave.

También en aquellos casos en que utilizó motivos de farsa burda, la forma verbal y la presentación siguen siendo nobles; de tal manera que el narrador y el auditorio se encuentran muy por encima del tema y lo disfrutan de un modo ligero y elegante.

De las narraciones se puede inferir que existe una clase social que se halla por encima de los campos inferiores de la vida cotidiana y encuentra placer en su representación vivaz. Se busca la plasmación de lo individualmente humano, más que del tipo representativo de una clase. Es evidente que en el tiempo de Bocaccio existe una clase social que, aunque de categoría elevada, en modo alguno es feudal, pero pertenece a la aristocracia urbana y encuentra un placer culto en la realidad abigarrada de la vida.

Así, la literatura social consiguió lo que nunca hasta entonces: un ambiente actual y real.

No puede negarse que el primero en abarcar el ambiente general y heterogéneo de la vida humana ha sido Dante. En él se vio una realidad libre y sin limitaciones estamentales, sin estrechamiento en el campo visual; una contemplación que recorre todas las direcciones con un espíritu que ordena todas las apariencias y con un lenguaje que satisface a la plasticidad de los sucesos.

Evidentemente no es el don de observación y fuerza expresiva lo que Bocaccio le debe a Dante, sino la posibilidad de emplear libremente su talento, poder abarcar todo el mundo real, apoderarse de él en toda su multiplicidad y reproducirlo en un lenguaje flexible y expresivo.

El recurso estilístico que empleó Bocaccio fue muy apreciado en la antigüedad y ya entonces fue denominado “ironía”: una forma de hablar tan indirecta e insinuante cuya perspectiva es justamente insinuar, al mismo tiempo, el suceso y sus efectos.

Ese tono de ironía maliciosa es particular de este autor. No lo encontramos en “La divina comedia”, porque Dante no es malicioso. No nos dice quién es Cavalcanti, qué es lo que él siente, ni de qué manera hay que juzgarlo. Deja que aparezca y que hable. Y así, sin un solo comentario, establece el tono moral del episodio.

Los personajes de Bocaccio viven en la tierra y solamente en ella se ve la multiplicidad de las apariencias directamente. Escribió para diversión de los no eruditos, para consuelo y alegrías de las “nobilíssime donne”. Con mucho ingenio se defendió  en su epílogo de todas las críticas que le hizo el público. El libro es animado por una mentalidad muy definida, que no es cristiana en absoluto.

Lo realmente importante de la mentalidad de El Decamerón, lo que se contrapone a la ética medieval cristiana, es la doctrina del amor y la naturaleza. Esa teoría naturalista que ensalza la vida sexual instintiva y reclama su libertad, ya había desempeñado un papel importante, en conexión con la crisis teológica de París, en los años de 70 del siglo XIII y ha encontrado su expresión literaria, en lengua vulgar, en la segunda parte del Román de la Rose.