La parte que presenta la crisis del cuento es la de la conversación de Madonna Lisetta con su comadre y las consecuencias que ésta trae: difusión del extraño rumor por la ciudad, decisión de los parientes (a cuyos oídos también había llegado la historia) de atrapar al ángel y la escena nocturna en la cual el Hermano se salva del peligro debido a un atrevido salto al canal.
La conversación entre ambas mujeres es una escena muy bien construida, tanto psicológica, como estilísticamente; y está llena de vida. Lo mismo la comadre que con su astuta cortesía y reprimiendo la risa, exterioriza cierta duda a fin de hacer hablar más a Lisetta que, con su afán de ostentación, se deja llevar más allá de los límites de su evidente estupidez, lo que hace un efecto verdadero y natural.
Bocaccio hace entrar en juego todas sus artes: concentración de varios hechos en un período, cambios y yuxtaposiciones en la colocación de las palabras con el fin de resaltar lo importante, el ritmo acelerado o retardado en el desarrollo de la acción, el efecto rítmico-melódico.
En el caso de Fray Alberto, se nos informa de sus antecedentes por los que deducimos la clase particular de astucia maligna e ingeniosa que lo caracteriza. Lo mismo ocurre con los personajes secundarios: la comadre o el “uomo buono” en quien fray Alberto busca la salvación, poseen vida propia, que aunque levemente indicadas, son claramente reconocidas. Hasta se revela algo muy característico sobre el tipo y temple de los parientes de Lisetta, en su forma de chiste feroz. También hay que añadir que el escenario de todos los sucesos está circunscripto con mucha precisión, en Venecia.
El libro resulta un detallado retrato del espíritu de la época en la Italia del trescientos. Una época en que existía un empuje mercantil que todavía no manifestaba los males de la usura y la avaricia. Los aventureros de esta obra actúan en una etapa donde la moral aristocrática y feudal es complementaria del expansionismo mercantil.
Bocaccio aprendió el oficio de cambista en Nápoles, manejó los negocios familiares en Florencia y trabajó mucho tiempo para el banco de los Bardi. Así pudo crear facetas de la realidad medieval que se les escaparon al místico Dante y al aristocrático Petrarca. Son estas familias las que difunden los manuscritos del Decamerón, las que reconocen en la obra de Bocaccio un reflejo del mercantilismo dinámico de la época.
La obra mira hacia atrás con nostalgia. Los episodios jocosos y realistas pueden situarse entre los siglos XII y XIV, en el momento en que parece haber un equilibrio entre lo caballeresco y lo empresarial.
Con Bocaccio se llega a una síntesis de dos corrientes literarias que habían sido segregadas: la formal simbólica y la crónica episódica. Aunque predomina lo cómico y episódico sobre lo ejemplar o trágico-sublime, se representa siempre un modelo ejemplar de conducta. La estructura gótica se inicia en el infierno de Florencia, desgarrada por la epidemia y concluye en el paraíso selecto grupo de jóvenes que se retiran a las colinas de Fiesole. La primera jornada de cuentos recrimina los vicios de una sociedad que tiene poco de abstracta y mucho del capitalismo embrionario de la edad media. Los cuentos de las jornadas intermedias desarrollan la comedia de la humanidad en una carrera de resistencia contra las fallas del amor, del ingenio y la fortuna. La décima jornada es paradisíaca y cierra la obra con un despliegue de virtudes de tal modo que sigue, desde el principio, un itinerario ideal.
Estilísticamente está sujeto a una tradición clásica y medieval, pero convergen lo cómico y lo trágico, lo vulgar y lo cortés. Una misma trama puede prestarse a dos interpretaciones: dar lugar a un desarrollo jocoso y a la vez, con idéntica narración, sentar la base para un episodio ejemplar. Los cuentos ejemplares tienen un lenguaje cortés, disimulado y laudatorio, mientras que los episodios cómicos muestran un lenguaje lascivo. Hay un mundo existencial burlesco y a veces, bestial y otro ideal que corresponde al “deber ser”. El manejo lingüístico es diferente para mostrar los dos mundos.
Bocaccio siempre sintió una profunda admiración por Dante, pero su encuentro con Petrarca, en 1350, marca el viraje de su creación literaria que, de allí en adelante, también se apropiará del latín para sus obras más importantes.