Pregunta
¡Adelante mosquitos! –gritó el hombre de sueños rotos.
¡Pinchen! ¡Pinchen…! Total…
Beberán sangre inservible.
C.B.R.
Desde que llegué, la niña no me quita la vista de encima.
Primero ríe. Después llora.
No sé qué decirle, tampoco sé cómo llamarla.
Es linda. Podría llamarla “linda” y estaría bien usar esa palabra.
Hay muchas palabras para nombrar a las cosas y prácticamente están todas inventadas.
Pero ¿cómo se dice cuando se está en un lugar inédito, rodeado de personas extrañas que dicen ser la familia de uno?
La niña con sus ojos verdes, sigue allí. Espera algo que no puedo darle.
Dice que es mi hija y cuando explico que eso no es posible, vuelve a lloriquear.
Yo simplemente conduje de regreso a casa. Estacioné el coche en el garaje, coloqué la llave en la cerradura y abrí la puerta.
Al entrar, para mi sorpresa, fui recibido por una mujer de mediana edad, la esposa de un tal Ramón, que se supone, vendría a ser yo. Inmediatamente y sin darme tiempo a reaccionar apareció ella, la niña y se lanzó a mis brazos, diciendo una y otra vez “papá, papá ¿La compraste?”
Desconcertado me dejé guiar hasta el comedor. Cenamos los tres en silencio y Marta mi aparente esposa preparó un “baño reparador” para ambos.
Me sentí increíblemente ridículo exponiendo mi desnudez frente una desconocida, observando al mismo tiempo la suya, que por cierto era una desnudez despojada de vergüenza, como si realmente fuésemos un matrimonio.
La seguí hasta el cuarto. Sobre la cama, había un acolchado marrón.
Eso probó que realmente lo que ocurría era una locura. Aborrezco ese color y nunca en mi sano juicio, aprobaría la adquisición de algo así.
Hundí la cabeza en la almohada y simulé dormir, para desligarme de entablar la intimidad conyugal que se supone, uno debe satisfacer a cierta hora del día.
Pero Marta, no paraba de hablar.
Era una cotorra de incansable lenguaje. En menos de diez minutos pasó de los chismes vecinales al dificultoso remiendo de un vestido que compró antes de que naciera la nena y que ahora, como yo gano poco y trabajo todo el día para apenas llegar a fin de mes, tuvo que recomponer en vez de comprarse uno nuevo. Y que su madre quiere hablar conmigo. Que las dos están cansadas de mi indiferencia porque la indiferencia es un destrato y el destrato es maltrato y es penable; que eso lo vio en un programa en la casa de Chochi, porque a la tarde fue de Chochi a tomar mate. Que el marido de Chochi, triunfa en la vida, en cambio yo, Ramón Pelini, soy un fracasado.
Supongo que el monólogo habrá continuado hasta altas horas de la noche. No puedo asegurarlo porque me quedé dormido, con ganas de despertar al día siguiente e irme a trabajar temprano.
Y regresar otra vez, a la misma hora, a la misma casa, a la misma familia.
Para sentarme delante de esta niña que llora, porque no pude comprarle la Casa de los sueños de Barbie y preguntarme… ¿Esta es mi vida?