¿Criaré cuervos, me pudriré…?
¿Me consumiré, expiraré…?
Pura, lánguido cisne del jardín de ensueño de Darío. Nunca en el tiempo que compartimos el lecho se había mostrado tan ardiente, extravagante, inusualmente erótica. La culpa no era de ella sino de los programadores de filmes nocturnos de la televisión cubana a los que no había llegado con la intensidad necesaria la censura patrocinada por el capi Cuco y el equipo de trabajo ideológico de la Contra Inteligencia.
Si por mí fuera, el programa de la TV cubana al que le aplicaría la censura hasta asfixiarlo sería a La Película del Sábado, están invadiendo los hogares cubanos con escenas de sexo y lujuria que influyen en la desviación del natural impulso sexual de mí amada Pura.
Y, ¿por qué no?, también de mi hija Dulce, que a punto de cumplir quince aún ve con mentalidad de siete el programa diario La hora de los Muñe, treinta minutos de comics del Pato Donald, el perro Pluto, el ratón Jerry, el gato Tom, el oso Barney y el canario Flippy. Un gigantesco Zoo de animales al servicio de la dominación imperialista.
Y solo tenemos como arma ideológica a nuestro favor, el ensayo del científico francés André Mattelard, y los trabajos críticos de la recepción de la cultura de masas del capitalismo del destacado intelectual de la izquierda progresista chilena Ariel Dorfman en su ensayo Cómo leer al Pato Donald.
Dice el refrán, si manda capitán, soldado obedece. O lo que es igual, si el mando en cumplimiento de otra audaz acción ha decidido hacerle creer al enemigo imperialista que en Cuba existe la libertad de prensa porque una vez a la semana se exhiban filmes y comics gringos, no voy a ser yo el oficial que proteste por el nuevo plan de desinformación.
Y esperaré la orden para volver al trabajo operativo, mientras el día llega, seguiré de pijama para andar en la casa, caminaré por el barrio en calzones, iré a la bodega por un cucuruchito de azúcar prieta, tres panecitos, un buche de arroz como consumo de un núcleo familiar de tres personas.
Y miraré la tele en las horas en las que los apagones eléctricos lo permiten. Y si el apagón llega a producirse, qué remedio, Ole, miraré a la luna y Purita arrastrará la silla hasta la terracita del apartamentito y me acompañará desde el atardecer hasta la medianoche. Cogidos de manos, nos iremos a dormir después de identificar en el cielo a la constelación de la Osa y a la rutilante estrella Polaris.
Mi hija Dulce se aprovechó del enclaustramiento forzoso, vino a pedir permiso para que la deje ir a fines del verano al carnaval de la playa de Varadero con un par de amigas de la Secundaria. No digo sí, no digo no.
–¿Las amigas, Pura? –trato de enterarme–. ¿Son puras?
–Zulaica y Zulema, hijas de Antero, el Viceministro del Azúcar, vecino nuestro –diligente Pura–. No hay qué temer, los padres las acompañan a todas partes.
–Mañana decido si sí, o si no –aún indeciso entre sí y no.
Para pasar el tiempo, probé a anotar en un cuaderno las recetas de cocina que la profesora Hilsa Brilla Sol confeccionaba en el programa Cocina en un minuto.
–Y mira tú, Purita, qué capacidad de ingenio humano, ocurrírsele a la doctora que podemos sobrevivir al hambre del período especial con albóndigas de col, ensalada de granitos de ajonjolí, hamburguesas de calabaza, picadillo de cabecitas de habichuelas, bistec de lechuga enrollada, antipasto de manjúas hervidas sin sal, huevos rellenos con alpiste.