Magalis no se acostumbra a dormir sin mosquitero…

Sólo cuando la oscuridad lo invade todo y siente el frío y el miedo recorre su cuerpo, desarmado, sensible, irremediablemente susceptible, tierno e indefenso, se cubre con las frazadas o las sábanas.

Cubre su cuerpo tembloroso y semidesnudo cuando la noche se le va colando fría e indetenible bajo el mosquitero.

El silencio aúlla, da dentelladas a la noche y va borrando todo a su paso y sólo queda en el viento el aroma silvestre, los graznidos de las aves nocturnas y el ruido que la noche permite y que ellas no pueden identificar.

No hay nada que amilane más que el silencio acorralado en las sombras que propicia la noche.

La noche se instala y como animal agazapado las acecha a todas ahí acurrucadas en las literas.

 

El albergue está en calma.

Es un albergue rústico, donde crecen sueños, pesadillas, ilusiones, tormentos.

Han dado la voz de silencio y la luz permanece encendida.

El silencio es perturbado por algún que otro murmullo.

Risas ahogadas en el cuenco de la mano.

Risas que escapan del cascarón blando e impreciso y ahuyentan la ingenuidad que queda como recuerdo imperceptible, flotando en el ayer.

 

La mayoría de las muchachitas duerme en parejas, unen sus cuerpecitos cuando el frío comienza a morder sus carnes.

Se acurrucan entre sí, se estrechan por las espaldas o de frente, no importa, no existe aberración alguna en sus brazos inocentes.

 

Es noche de sábado.

Noche de música en el Salón de Recreación.

Música que Magalis no quiso escuchar.

Prefirió ignorarla.

Por miedo.

Por pudor.

Quizás miedo de enfrentarse a lo desconocido.

 

El viento trae la música como una ironía de la vida y se le enreda en los oídos, la perturba, entra en su cabeza golpe a golpe, el viento escapa y repite su nombre y ese Magalis que le dice tan cerca le suena ajeno y falso, gritado por la noche, es sólo el viento, se dice a si misma, o la música o mis compañeras que alborotan en el albergue.

Quizás sea un falso presentimiento, piensa y mira hacia los libros esparcidos sobre la litera y da un manotazo, como si espantara la noche confundiéndola con algún insecto. Pero solo siente el viento chocando contra las paredes del albergue.