Si estuvieras sola estarías todo el tiempo que quisieras debajo de la ducha, piensas y sientes todo el cansancio del día irse con el chorro de agua que cae sobre tu cabeza. Que el agua corra por tu cuerpo cansado y lleve tus tormentos uno a uno al desagüe.
Tormentos del aula
del autoservicio
del albergue
de la jornada
todos los suplicios que hay en ti.
Tu suciedad.
Los resquicios del día.
Quedar limpia, eso es lo único que pretendes y suspirar calmada, un gran suspiro como si gritaras, y sólo de pensarlo te alivia. Quedar limpia, te repites una y otra vez.
Pero no.
Ahora se arremolinan todas en el baño.
Cantan.
Cantan y no sabes de dónde les sale tanta alegría.
Hablan alto, cuentan sus vidas, no les importa ser escuchadas, lanzan sus intimidades así como así, igual que si fueran la pastilla de jabón con la que restriegan sus cuerpos.
Te mojas, y mientras el agua va cayendo a tu cuerpo te repites “Magalis, cuenta hasta diez, uno, dos… y coge calma, mucha calma” y te lo vas creyendo y vas contando despacio.
Sales enjabonándote al pasillo porque otras deben entrar a mojarse bajo tu misma ducha.
Sales al pasillo cubierta con la espuma del jabón, ahí expuesta sin ninguna intimidad.
Se conocen cada lunar.
Cada marca en el mapa del cuerpo.
Cicatriz por cicatriz.
Si tu vagina es o no lampiña.
Si tienes tetas o eres plana como una tabla de planchar y si te pones ajustadores cargados de algodón sólo para presumir a los varones
y hablan y hablan como unas cotorras
y los muchachos las conocen sin haberse acostado jamás con ninguna de ellas.
La espuma les corre por el cuerpo.
Se frotan una y otra vez el sexo, los pechos, las nalgas, los pies y toda la piel.
Siguen entrando y saliendo de las duchas para darles chance a las otras que esperan desnudas y amontonadas en el pasillo.
Te sometes con premura a este acto de rutina pero necesario.
No tienes todo el tiempo del mundo para ti.
Ni siquiera el que necesitas para limpiar la suciedad de tus carnes.