Magalis no se acostumbra a dormir sin mosquitero…

 

 

La noche le cayó encima de un solo salto.

Ágil.

Pesada

Invisible.

Inesperada,

aún no había terminado el autoservicio cuando oscureció de un solo golpe.

No logró estudiar, y ahora no logra conciliar el sueño, y los libros siguen ahí, abiertos y cerrados sobre la litera, y el sueño que no llega y parece que no llegará jamás.

El sueño huye de sus ojos y de su cuerpo agotado abriendo las alas. Levanta el vuelo.

Rebota en el techo y el piso, en las literas y sobre los cuerpos de las muchachas haciéndose liviano.

Galopa lejos.

Pasa sobre las nubes que se amontonan en sus ojos.

El viento susurra tenues quejidos, viene de todas partes.

Ellas no advierten que la noche las devora como ángeles desamparados.

Precisan estar desnudas.

Necesitan con urgencia la cruda realidad de los años venideros.

La luz es apagada a los diez minutos reglamentarios después de la voz de silencio.

El mundo se agolpa en los ojos de Magalis.

La falta de sueño.

La oscuridad.

El silencio aparente. Los libros, el grupo de niñas que hablan y hablan y se ríen y eso la obliga a pensar que sueña despierta.

Es raro.

Antes no le pasaba.

Con sólo caer a la litera ya estaba dormida y ahora los libros, la noche y la música han quedado haciendo ecos.

Antes era solo un sueño.

Rápido y profundo.

La noche pasaba sin ruidos, sin lunas ni viento, sin los pinos crujiendo como una eternidad.

Jamás le molestó que sus amigas contaran sus sueños, sus travesuras, sus morbosidades.

Pasos.

Malestares.

Susurros.

Quejidos.

Historias oídas o vividas, reales o absurdas.

Y ahora el silencio, la noche, los pinos, el viento, están ahí presentes, haciéndose notar como los libros abiertos o cerrados sobre la cama, confirmando que Magalis existe.