Presentación de la República de Generales y Doctores

Desde hace mucho pensaba que la idea de una república única que comenzó en 1902 y se extendió hasta el momento actual, sin solución de continuidad y bajo los mismos parámetros y paradigmas, era una idea equivocada, tal vez a causa del poco análisis de los hechos ocurridos en ese período de tiempo.

Creía que había habido etapas, claras a mi juicio, que marcaron el actuar de los participantes en la vida política cubana.

Este análisis de la República sí había sido hecho, aunque superficialmente, sobre el periodo anterior  a la independencia, donde se fijaron hitos claros, como las conspiraciones anteriores a la Guerra Grande o de los Diez Años, la Guerra Chiquita y la propia Guerra de Independencia de 1895.

Claramente se veía que los revolucionarios cubanos separatistas de la Guerra de los Diez Años, en términos generales, pertenecían a las clases altas de la sociedad de la Cuba preindependentista y respondían a los criterios y enfoques políticos liberales de procedencia europea. Se basaban en conceptos donde los objetivos de la lucha no coincidían con los que más tarde serían sustento de la Guerra de independencia. Su lucha tenía un basamento con muchos sostenes: la libertad política, la libertad económica, la abolición de la esclavitud y, sobre todo, apoyaban el hecho de que los cubanos criollos y reyollos no fueran segundones en su propia patria.

Hasta ese momento, aunque teóricamente los españoles de la Isla gozaban de los mismos derechos que los españoles peninsulares que habitaban el territorio insular, en la práctica no era así. Los primeros en la fila de los derechos eran los españoles que venían a Cuba a hacer fortuna a la vera de los  Capitanes Generales, que —imbuidos de su carácter militar y de los poderes con que los investía la monarquía— gobernaban Cuba como plaza ocupada.

Hay múltiples hechos que avalan lo anterior. Sólo como ejemplo ilustrativo se pueden mencionar las ejecuciones —casi sin juicios justos—  de los conspiradores políticos, y las deportaciones que la Capitanía General consideraba convenientes.

Los insurrectos de guerras posteriores eran de un origen mucho más humilde, incluso negros y mulatos en posiciones de mando del Ejército que luchaba por la Independencia política y económica de Cuba.

Tras finalizar la Guerra de Independencia de 1895 y la posterior Guerra Hispano-Americana que antecedió a la independencia política cubana, muchos de los mambises independentistas ocuparon posiciones importantes; pero aupados por los americanos que dirigieron la ocupación tras la partida española, numerosos autonomistas que no integraron las filas insurrectas ni su visión de la lucha, junto a antiguos guerrilleros españoles y cubanos integristas, ocuparon la mayoría de las posiciones políticas o se mantuvieron en ellas (pues ya las ocupaban durante la Colonia), conllevando esto a que aquellos que habían dado su vida y su sangre en la lucha se encontraron desamparados tras finalizar la contienda.

Los cubanos que habían sido despojados de sus propiedades por el gobierno colonial español no pudieron recuperar sus bienes  —con algunas excepciones—, y se dio el caso de que muchos que habían combatido alejados de su lugar de origen se vieron obligados a vender hasta sus caballos para poder regresar a su terruño, o, posteriormente, hipotecar su presunta magra paga por sus haberes militares para poder sobrevivir y no morir de inanición.

Muertos los principales líderes independentistas, los segundones se pusieron en primera línea a la hora de recoger los frutos de la lucha. Eso provocó un gran descontento y fue causa —sin duda— de las posteriores intentonas revolucionarias: la Guerrita de Agosto en 1906, la Guerra de Razas o Guerrita de los Negros en 1912, y la Chambelona en 1917.

Esos lodos llevaron a la destrucción de lo que llamó la República de los Generales y Doctores, que feneció en 1933 con el derrocamiento de Gerardo Machado Morales, el último general independentista con alto mando, y dio paso a la República de los Militares y Estudiantes, grupo social emergente de integración completamente distinta en su origen económico, composición racial e ideas políticas que el de los residuos de los últimos libertadores (mayoritariamente de alta posición económica), y que se extendió por decenas de años hasta abril de 1961, con la declaración de Cuba como sede de una revolución socialista.

Los hitos mencionados no son literalmente fijados en el tiempo, pues las transiciones ocurren lentamente, aunque se mencionen como algo tallado en piedra.

Este primer volumen solo abarca la llamada República de los Generales y Doctores, no profundizando extraordinariamente en todos los incidentes, pues lo que se busca es abarcar lo más posible hechos divulgados pero no conocidos por el lector cubano promedio de la Isla y del Exilio, lo que espero arroje una luz más potente sobre las personalidades –idealizadas muchas veces como ídolos impolutos de un origen casi digno del Olimpo.

Sin dejar de reconocer sus hechos honorables y merecedores de mención, es bueno también ver de carne y hueso a nuestros próceres, que no siempre se ajustan a la visión generalmente divulgada por partes interesadas. Ni unos fueron tan malos ni otros fueron tan buenos, y si uno quiere verlos en su propia dimensión no puede ocultar sus defectos —como humanos al fin— ni tampoco ensalzar más de lo prudente sus virtudes.

Espero este vistazo a la República de los Generales y Doctores ayude a comprender e informar mejor al lector interesado en nuestra Cuba, la de siempre, la única, la patria que debiera cobijar a todos sus hijos.