Sermón

 

Quien quiera vida eterna no crea en la palabra «eterna»,

constante sólo es el fruto de los dioses

y uno puede entregarse a la siembra o la siega, confiado,

pero tú, alma elevada, serás poeta y asesino

y serás ladrón en la abundancia.

 

Árboles hay de engañoso fruto,

el tiempo dirá si el dulce sabor, la presencia robusta,

fueron disfraz del veneno,

porque la maldad es concubina del bien

y la palabra «siempre» no surgió de boca humana.

 

Cualquiera que quisiese venir en pos de mí

afírmese a sí mismo y tome su cruz

y no siga mi paso sino el suyo

y aquel que no posee sendero

hágaselo a imagen y semejanza de su corazón

y su sobresalto.

 

En época de siembra se esparcen semillas,

una caerá en fertilidad propicia,

otra en piedra, en zarza otra, en camino aquélla,

alabada sea toda semilla

pues dará fruto o será estéril, o será alimento de aves

o alimento de gusanos.

 

El que amó cuando correspondía sea loado,

el que odió y el que mató

en la hora de la muerte

sea bienaventurado.

 

No hay Ley, ni Principio, ni Dogma, ni Credo

que sea digno de la mutilación humana,

si tu razón dice que tu ojo no debe estar allí

más te vale no arrancarlo ni echarlo afuera

pues mañana puede ocupar tu ojo buen sitio,

y si tu pierna es ocasión de escándalo,

alabada sea la hierba que aplasta.

 

Yo os digo: un día vendrá la luz

a desalojar impíos

y a traer otros,

y así hasta el fin de los tiempos.

 

Sois templo de lo que ignoráis

y su espíritu mora en vosotros.

 

Mirad mis harapos y mi estatura,

más grande soy de lo que podéis contar,

mi vestido resplandece

aunque no en vuestro iris,

¡pobre del que esté ciego sobre su trono de pedrerías,

sobre su pedestal de bronce!

yo os digo: quien ignore

lo desnudo y pequeño que se es,

pies de barro tiene, y joya falsa.

 

Vosotros sois reyes ahora,

ahora soy carne y vino para cebaros,

ahora resuena sólo vuestra palabra

y mi martirio,

que nada demuestra ni argumenta,

quien cree ahora en mí tendrá castigo,

así pues: me han abandonado.

 

Juzgad, porque es inevitable que seáis juzgados

y no siempre será usada la medida con que medís

para mediros.

 

El aprendizaje es arduo y errar es el aire,

ahora sólo tengo certeza de la palabra «vida»,

certeza sólo de mi cuerpo,

de mi dolor y mi placer,

«vida»,

«vida», encima de otras palabras que acuden aquí,

en esta hora oscura de los hombres.

 

Si es tiempo de crucificar: crucificadme.

 

Moriré, y el día tercero estaré podrido,

no aspiro a lo que mi naturaleza niega,

la carne marca su huella en el espíritu,

tocad este hueco: es una herida,

debéis creer pues que han lacerado mi alma

y en verdad os digo que también estará fétida.

 

Estad atentos en la hora del rocío

y en la hora del ocaso alertas

pues no regresaré yo sino mi venganza,

por oriente y occidente se desatarán mis ejércitos

y no siempre será anunciado

con trompetas y nubes.

 

Esto que les digo no es la verdad,

tampoco es la mentira,

pero es palabra y la palabra alivia,

así pues si quitares o añadieres algo a lo que escuchas,

si tu rostro se muestra

y viene tu voz y dice «heme aquí»,

bienaventurado eres,

digno de beber mi sangre

y de ser invitado a mi banquete.