Una pareja ridícula. Él de camiseta y tatuado, ella rolliza, deforme, mostrando sus masas con alegre desenfado. Él ufano y ramplón, ella engreída y satisfecha de su animalidad. Él orgulloso en su idiotez, ella presumida en su necedad; ellos pareja típica, pareja de hombres nuevos. Él con sus cadenas de oro, con su andar de guapo, con su gorra roja brillante y su camiseta de letreros chillones; ella con sus carnes caídas, con sus várices abundantes, bien visibles bajo su lycra apretada, con su culo feo que imagina, no sin razón, teniendo en cuenta a los consumidores, atractivo. Él que se cree poderoso porque exhibe su dinero en forma de latas de cervezas; ella con un sombrero que pretende ser una pamela, pero es más bien un ejemplo fehaciente de la peor cursilería. Él con su panza arrogante, sobresaliendo bajo la camiseta; ella con un abanico plástico lleno de dibujos que pretenden ser delicadas mariposas, con una cartera plateada y unos zapatos amarillos. Él con un jean rojo y unos tenis anaranjados; ella con un enorme cinto lleno de brillos intentando a duras penas ceñir lo que alguna vez fue un talle. Él que le habla; ella que le dice mírame a los ojos; tú que se los miras; él que dice te lo juro; ella que responde mimosa ¿de verdad?; tú que piensas que debe estar mintiendo; ella que agarra su mano y se pone romántica, él que le dice te voy a chupar la bembita toita, toita; ella que se relame mientras él sin tardanza le chupa la bembita; tú que escupes; ellos que tropiezan contigo; tú que caminas y los sufres; ellos que siguen de largo para perderse en la multitud; tú que estás cada vez más solo; ellos que reaparecen en un grupo en la esquina, con otro nombre, con otras caras, con la misma ubicua vulgaridad; tú que miras a otras, ella que ahora está más buena, pero igualmente cretina; tú que pensabas en la Mujer, ella que no es más que un culo rico y unas tetas pulposas; tú que buscas un rostro, ellos que son el rostro, el lugar, el país; tú que maldices el clima, ellos que son felices sudando; tú que miras la mierda, ellos que son los ángeles vernáculos, las formas de la carne, el rostro del futuro; tú que pides haz, ¡oh, Dios!, que no vean ya mis ojos/ la horrible Realidad que me contrista/ y que marche en la inmensa caravana,// o que la fiebre, con sus velos rojos,/ oculte para siempre ante mi vista/ la desnudez de la miseria humana;[abbr title=”Julián del Casal. Una enfermedad.”]1[/abbr] yo que sonrío moviendo los hilos de Su obra, llevándoles sin propósito ni meta, ofertándole su existencia en alabanza. Grata tibi sit Dómine, nostrae servitútis obátio.[abbr title=”Séate grata, Señor, la oblación de nuestra servidumbre.”]2[/abbr]
Una mujer entrada en años, todavía un buen cuerpo. Te sonríe coqueta. Un grupo de adolescentes con uniforme de secundaria básica, gritan y hablan en su lenguaje de pingas y cojones; creen que eres extranjero y te miran, te dicen algo en su pésimo inglés. Una vieja sentada en la puerta de su casa, un niño descalzo corre a su lado, la madre gritando ven acá hijo de puta que te voy a partir la cabeza. Un viejo con un raído uniforme de miliciano, aún creyendo que puede defender la Revolución, siendo la imagen viva de la Revolución. Y un cartel de propaganda, un motón de basura, un hombre que hurga en ella y te mira sin verte; otro cartel, y más consignas, más luchas eternas, más batallas por ganar, más y más Revolución y Socialismo o Muerte y churre y culos y gente y feo, feo; ¡ay!, todo es feo, todo es esa fealdad que celebra la victoria de lo vulgar, la mierda penetrando el alma y el ser y el cuerpo; la mierda mirándote en sus rostros, manchando tus recuerdos, amargando tus sentimientos porque sabes que se rompió y no hay mucho que hacer, no hay nada que hacer, ganó; ella, La Mierda, es el premio del esfuerzo desesperado por dar sentido; ella es lo que queda, ella es la vida y la alegría y la carne que solamente quiere ser en su densa concreción de sobrevivencia y placer y estupidez; ella Frank, La Mierda, es lo que te tocó y sólo queda sentir la burla a los que creyeron, la mueca de los cobardes, el dolor de los que lucharon, la vergüenza y el asco; pensar que los que ayer no supieron defenderos/ sólo pueden, con alma resignada,/ soportar la vergüenza de lloraros!;[abbr title=”Julián del Casal. A los estudiantes.”]3[/abbr] saberte parte del pueblo “más feliz del mundo”, volver a leer en una valla de propaganda que hay millones de niños que mueren en el mundo de hambre pero ninguno es cubano; sentirte como un enajenado cuando miras y es la misma ciudad pero no puede ser la misma, y no lo es aunque lo es, no son tus compatriotas aunque no dejan de serlo, no son sombras aunque les veas como sombras; y otro viejo, y un joven emperifollado, con piercings en las orejas y la nariz y la frente, y un policía energúmeno, y más policías en un camión, y las guaguas atestadas de gente sudada, mal vestida, grises; la alucinación de la realidad, la cruda y terrible realidad del comunismo tropical en el esplendor de su decadencia. Todo Frank, todo se ha roto y lo sabes; todo se fue y lo peor, ya no hay regreso, ya cruzaste el punto más allá del cual no hay retorno. Vamos, camina junto a mí mirando, sucedió y sucederá una y otra vez. Es el ritmo de la Historia, el saberte perdido en el traspatio de la Historia. Vamos, mira a los viejos y piensa que es terrible la vejez, es terrible la miseria, es terrible ver la destrucción de tu país, y es peor aún ver cuantos ni siquiera se dan cuenta de su destrucción; mira el centelleo de vívidos puñales/ blandidos por ignara muchedumbre,/ para arrojarnos desde altiva cumbre/ hasta el fondo de infectos lodazales;[abbr title=”Julián del Casal. Inquietud.”]4[/abbr] piensa en los sueños que ya no bastan, en la sonrisa de tu abuela, en los que ya no están; piensa en lo ridículo de persistir en la ignominia, en la sabiduría de Antinóo; piensa otra vez que el suicidio es el supremo acto de la libertad humana. Contempla la abyección y la decadencia y piensa que Él la quiere aquí, Él te la exhibe con sorna para que tengas que volverte a mí. Glória Patri, et Fílio, et Spirítui Sancto.[abbr title=”Gloria al padre y al hijo y al Espíritu Santo.”]5[/abbr]
La mujer continúa mirándote. La miras a tu vez. Te sonríe, te desea; por un instante crees desearla tú también. Pasa de largo contoneándose. Pronto será inservible para el sexo, pronto será sólo carne esperando el final, pronto, muy pronto, pero ahora te mira y es un encuentro posible, es la mudez de un encuentro en la multitud. Y pasa y pasas, pasa como las imágenes de las gentes, de las mujeres, de la vulgaridad que se repite en infinidad de variedades e identidad de esencia; pasa como el deseo de poseerla, de una aventura, un placer obsceno, un desliz tropical.
‘Dios mío, cuánto quiero ver otro cielo, otro monte,/ otra playa, otro horizonte,/otro mar/ otros pueblos, otras gentes/ de maneras diferentes de pensar.’[abbr title=”Julián del Casal. Nostalgias.”]6[/abbr]
‘También un sueño, una ilusión, un desencanto, recuerda que mas no parto. Si partiera/ al instante yo quisiera/ regresar./ ¡Ay!, ¿Cuándo querrá el destino/ que yo pueda en mi camino/ reposar?’[abbr title=”Julián del Casal. Nostalgias.”]7[/abbr]
‘No puedo reposar, en verdad quiero ver otros rostros, otras gentes, quiero volver a lo que se ha ido.’
‘No, ya no puedes volver, ya sólo te resta, cuando más, retornar a la memoria, salvar la memoria aun cuando tal vez sea preferible aniquilar la memoria para esconder el desastre, para comenzar otra vez, para llegar al fin a lo mismo.’