Descripción
En El olor de la manteca el escritor Francisco García, nos provoca, esgrime una espada narrativa que corta y duele, un arma poderosa como el sexo que se convierte en desafío, bálsamo y catarsis. Un arma que nos adentra en un mundo entre real y maravilloso, entre puro y obsceno, atrevido y pudoroso.
A fin de cuentas un pretexto para presentarnos facetas propias, del ser humano, cargado de contradicciones, bondades y egoísmos. Todo en un medio que al parecer nos recuerda que el mundo es una gran pocilga donde nos revolcamos en un fango que nos obstruye la nariz.
El Aprendiz
Acelera el Wolkswagen y ve a la Amiga estremecerse por el retrovisor. La Amiga era una india proveniente de alguna aldea remota del interior. La Amiga, su cuerpo estremecido por la aceleración, los labios entreabiertos… –¿Cómo se les dice a las sandalias en tu pueblo? –pregunta la Esposa y la Amiga se ríe, los dientes fuertes, equinos de la india…, pone la manos muy cerca del hombro del Viejo Guerrillero y este siente la temperatura distinta a la suya y luego el filo de las uñas esmeradamente pintadas. –Cutaras…–dice y la Esposa repite “cutaras”, “cutaras”… y el Viejo Guerrillero sonríe, sabe que las dos mujeres se afanan en hacerlo reír y que el diálogo no es otra cosa que una representación en honor a su condición de macho extranjero. La Amiga pasa de simpática y la Esposa de inteligente. Vuelve acelerar. Esta vez las manos de la Amiga desenredan el cabello de la Esposa que se mueve con el aire...
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