Poemas escogidos

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Nos encontramos aquí en lo opuesto a la fogosidad, al arrebato, estamos en el terreno de la concentración más egocéntrica y del atesoramiento más avaro. De suerte que el gesto del poeta y del amante que maneja sus recuerdos no es tan diferente del coleccionista de objetos preciados y frágiles, caracolas o gemas, o también del aficionado a las medallas que se inclina sobre unos cuantos perfiles puros, acompañados de un número o de una fecha, números y fechas por las que el arte de Kavafis da muestras de una predilección casi supersticiosa. Objetos amados.

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Descripción

Recuerda, cuerpo… ese amor a la vida poseído en forma de memoria responde en Kavafis a una mística sólo expresada a medias. Y, sin duda, el problema del recuerdo estuvo -por decirlo así- «flotando en el aire» durante el primer cuarto del siglo XX; los más grandes talentos en las cuatro puntas de Europa, se afanaron por multiplicar sus ecuaciones: Proust y Pirandello, y Rìlke (el de las Elegías de Duino, y más aún el de Malte Laurids Brigge: «Para escribir buenos poemas, hay que tener buenos recuerdos… Y hay que olvidarlos… Y hay que tener la gran paciencia de esperar a que vuelvan»), así como el mismo Gide que adopta en El inmoralista la solución extrema del instante y del olvido.

A esas memorias subconscientes o quintaesenciadas, deseadas o involuntarias, este griego opone otra, nacida, al parecer, de las mitologías de su País, una Memoria-Imagen, una Memoria-Idea casi parmenidiana, centro incorruptible de su universo de carne. En el punto en que nos encontramos, puede decirse que todos los poemas de Cavafis son poemas históricos, y la emoción que recrea un rostro joven vislumbrado en la esquina de una calle, no difiere en nada de la que suscita a Cesarión fuera de una colección de inscripciones de la época de los Ptolomeos. / Marguerite Yourcenar

"La ciudad" y otros poemas

Murallas Sin consideración, sin piedad, ni vergüenza gruesas y altas murallas en torno mío construyeron. Y ahora estoy aquí tan desesperado. No pienso en nada más: este destino devora mi espíritu; porque afuera mucho tenía yo que hacer. Ah cuando los muros construían, ¡cómo no fui consciente! Pero nunca escuché ruido o rumor de constructores. Imperceptiblemente, desde el mundo exterior, me encerraron. Las ventanas En estas oscuras piezas, donde paso días agobiantes, voy y vuelvo arriba abajo para hallar las ventanas. –Cuando se abra una ventana habrá un consuelo–. Mas las ventanas no están, o no puedo encontrarlas. Y mejor quizás que no las halle. Acaso la luz sea un nuevo tormento. Quién sabe qué cosas nuevas mostrará. Final En medio del temor y las sospechas, con espíritu agitado y ojos de pavor, nos consumimos y planeamos cómo hacer para evitar el seguro peligro que así terriblemente nos amenaza. Y sin embargo estamos equivocados, ése no está en nuestro camino:...
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