Descripción
Descubrirá en ese andar que el ritual de cada día es un sin sentido, que la religión no salva (siente que Dios está tan solo como él), que “Las mujeres son como los gatos, siempre están soltando pelos por doquier” y, por lo tanto, tampoco el amor salva.
Nada lo liberara de su agonía viendo la vida pasar: ni masturbarse, ni recibir un premio literario, ni la belleza de las mujeres que deseó o desea, ni las marcas que va haciendo al tronco de su vida, ni desandar por una ciudad, por un país que en apariencias bulle de vida pues sólo importa escapar, a cualquier sitio. Y ni eso: a fin de cuentas, como parece gritar toda la novela, “El mundo se ha vuelto un sitio vulgar”.
Una pareja ridícula...
Una pareja ridícula. Él de camiseta y tatuado, ella rolliza, deforme, mostrando sus masas con alegre desenfado. Él ufano y ramplón, ella engreída y satisfecha de su animalidad. Él orgulloso en su idiotez, ella presumida en su necedad; ellos pareja típica, pareja de hombres nuevos. Él con sus cadenas de oro, con su andar de guapo, con su gorra roja brillante y su camiseta de letreros chillones; ella con sus carnes caídas, con sus várices abundantes, bien visibles bajo su lycra apretada, con su culo feo que imagina, no sin razón, teniendo en cuenta a los consumidores, atractivo. Él que se cree poderoso porque exhibe su dinero en forma de latas de cervezas; ella con un sombrero que pretende ser una pamela, pero es más bien un ejemplo fehaciente de la peor cursilería. Él con su panza arrogante, sobresaliendo bajo la camiseta; ella con un abanico plástico lleno de dibujos que pretenden ser delicadas mariposas, con una cartera plateada y...
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